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Día feliz

Hoy es un día feliz, uno de esos que, nada más despertarte, notas que está hecho para tí. Me he levantado temprano para recibir el premio extraordinario de doctorado. Ha salido, por fin, mi libro La so(m)bra de lo Real. Y he encontrado la idea esencial que se me resistía para acabar dignamente el texto de estética migratoria.

Y para redondear, justo antes de entrar a la entrega de premios, me llama mi madre para decirme que no se encuentra bien del todo. Y yo, como siempre, le digo que eso no es nada, que es lo de siempre, y que tengo que entrar al paraninfo sin falta. Al terminar, la llamo a casa, pero no me lo cogen. Y me espero lo peor. Y lo peor, en efecto, casi sucede. Está en el hospital a punto del colapso. Cinco minutos más y no habría entrado con vida.

Y ahora, mientras escribo esto a la carrera, me dispongo a ir de nuevo a mi segunda casa. Como si lo hubiese invocado: de nuevo la sala de espera, de nuevo las batas blancas, de nuevo la máquina de café, de nuevo la cantina. De nuevo lo de siempre en este día que, sin embargo, ya había sido categorizado por mí, desde un principio y para siempre, como un día feliz.

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