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Inmóvil

Cerraba los ojos intentando recordar su pasado. Lo hacía a menudo, pero sólo encontraba un carrusel de imágenes lejanas que se desvanecían cuando intentaba detenerlas. Un día, sin embargo, el rostro que tanto había deseado encontrar, el rostro borroso que creía olvidado, se presentó claro y fijo a su memoria. Intentó entonces no abrir los ojos. Sabía que la luz se llevaría su hallazgo. Necesitaba la oscuridad y el silencio. Y así quiso permanecer para siempre: inmóvil, quieto, en penumbra, respirando apenas lo justo para no morir. Lo justo para mantener allí aquel rostro. Lo justo para mantenerse frente a sus ojos. Aquellos en los que se había perdido.
Todo.
Allí de nuevo.
Frente a él.
Fijo.
Eterno.
Para siempre.
Fue en ese momento cuando sonó el móvil, y, con la melodía de paquito el chocolatero, todo lo que había anhelado se marchó para no volver jamás.
Entonó entonces el más dramático de los adioses:
¿Sí?
Sí, soy yo.
De acuerdo, mañana paso.
Vale.
No, gracias a ti.

Ese día decidió quitarse (de) la vida.

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