Aunque sabe que ya no hay nadie para abrirle, a veces, al llegar a casa, no puede evitar tocar a la puerta. Después de llamar, espera unos segundos, esboza una sonrisa y mete la llave en la cerradura. Hoy parece que las cosas han ido mucho peor de lo que esperaba. Quizá por eso lleva varias horas paralizado frente a la puerta. Y no se atreve a tocar el timbre.
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