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La bienvenida infinita

Después de casi dos semanas, consigo sentarme frente al ordenador de casa. Exámenes, trabajos, tesis, tesinas, papeleos varios y textos para frenar un tren han sustituído la tranquilidad de Williamstown por el frenesí murciano. Un frenesí al que se suma, por supuesto, lo que yo ya comienzo a llamar "la bienvenida infinita", una suerte de eventos encadenados que van a acabar con mi hígado. Si la despedida ya causó estragos en el sistema bilial, esta vuelta a casa no le va a la zaga. Parece, afortunadamente, que la cosa comienza a tranquilizarse, pero intuyo que hasta mediados de julio no voy a dar la ida por la venida.

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