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Columna SalonKritik. Ideas infectadas

We Never Sleep. Ideas infectadas - Miguel A. Hernández-Navarro

A José Luis Brea, in Memoriam

“Si puedo ver el mundo más allá de mi desaparición, es que soy inmortal”
Jean Baudrillard

[Nota: Mientras redactaba este texto recibí la noticia de la muerte José Luis Brea. Tras la conmoción y la tristeza, inmediatamente pensé en que debía dejar de escribir, y que hablar de imágenes, de películas o de ideas culturales no tenía demasiado sentido en un momento así. Pero después lo medité unos segundos y continué la escritura, sin modificar ni un ápice el texto, intentando hablar de imágenes… a pesar de todo. José Luis siguió hasta el último momento disfrutando del conocimiento y de la escritura. Miraba siempre hacia delante, hacia esa comunidad por venir de la que siempre habló. Pensé entonces que el mejor homenaje que podía hacerle en ese momento era continuar escribiendo el texto tal y como lo había comenzado, siguiendo el camino que él abrió. No es necesario decir nada más. José Luis habitará siempre cada palabra de las que escriba. Siempre ha sido un maestro. En la distancia y en la cercanía. Y ahora, desde el lugar sin nombre, lo seguirá siendo, para siempre.]

Jamás podrán robarnos las ideas. Es lo único que no se llevarán. Lo tienes tatuado en tu cuerpo. Pero ya has olvidado por qué lo escribiste.

Recuerda a Alex. No lo olvides. Escríbelo sobre tu cuerpo. No lo olvides. Recuérdalo sentado frente a la pantalla, con la camisa de fuerza blanca y los ojos abiertos de par en par. Centro Médico Ludovico. Recuerda también las palabras del doctor Brodsky: “La prisión le enseñó la sonrisa falsa, las manos untuosas de la hipocresía, la sonrisa obsequiosa y baja. Le enseñó otros vicios, además de confirmar los que practicaba desde hacía tiempo.”

Allí las ideas todavía no se podían robar. Escríbelo. Escríbelo en el papel, escríbelo en la pantalla y escríbelo sobre todo en el cuerpo. Porque allí el cuerpo seguía siendo el lugar de la escritura. El cuerpo domado, docilizado, adoctrinado. Los ojos seguían siendo cuerpo. La retina se espesaba. Había que humedecerla. Los ojos eran un cuerpo abyecto. Un cuerpo que quería vomitar.

Allí había imágenes, es cierto. Pero aún estaba el cuerpo. Y el cuerpo contenía su deseo. Un deseo que era necesario contener desde la imagen. Pero un deseo que siempre permanecía. Sujetado, apresado, latente, a punto de explotar en cualquier momento.

Tatúalo en algún lugar visible: “allí había cosas que aún no se podían robar.” Si el tratamiento se hizo —si Alex se expuso a la línea de aquella pantalla— fue precisamente porque había cosas que no se podían robar. Lo dijo claramente el burócrata. ¿Acaso no lo recuerdas? Había que vaciar las cárceles de delincuentes habituales y violentos. Había que vaciarlas de gente corriente que no sabía sublimar los impulsos. Eso era fácil. Sólo había que contener el deseo. Pero con las ideas no se podía hacer nada. Recuerda las palabras del burócrata: “los presos políticos son incurables. El tratamiento no es efectivo con ellos.”

Luego lo olvidaste todo. Escribiste algo sobre tu cuerpo, pero el resto lo olvidaste. Y decidiste entonces, sólo desde el olvido, que las ideas podían robarse. Decidiste que el tratamiento Ludovico era excesivo. Y que había que buscar algo más sutil. Lo escribiste en algún lugar —esta vez ya lejos del cuerpo¬—. “El tratamiento Ludovico es demasiado obsceno. Hay en él una cierta tortura. El sujeto sigue consciente durante el proceso. Luego, mantiene esa consciencia y sabe que no es dueño de sus actos.”

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Comentarios

  1. impresionante: http://restosderestos.blogspot.com/

    puede que sea muy bueno, o que yo lleve tanto sin leer que cualquier cosa me parezca genial....

    pero opto por lo primero, ya lo sabes!

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  2. Muchas gracias, R. Gracias también por el link en el blog.
    Va a ser que llevas tiempo sin leer, aunque también me gustaría pensar a mí en la primera opción.
    Abrazos tatuados en la piel.

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