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Libros en la intimidad

Como no podía ser de otro modo, de Madrid volví cargado de libros. No sé cómo lo hago, pero cada vez que entro en las librerías madrileñas se apodera de mí una fuerza extraña que me convierte en un individuo peligroso a la caza del libro perfecto. En esta ocasión, la caza se llevó a cabo entre La Central del Reina y la Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes. Creo que me he fundido, una vez más, las vacaciones en libros.

Hay un momento de estas compras de libros que es con el que más disfruto, el del examen minucioso sobre lo que he comprado. Leer otra vez las contraportadas y solapas, hojearlos y ojearlos, mirar con cuidado los índices y comenzar a leer los primeros párrafos de cada uno de los libros. Durante los viajes, para mí el lugar perfecto es el aseo de la habitación del hotel. Por alguna razón, después de comprar me entran ganas de disfrutar de un momento de soledad en wáter. Y ya sea simplemente para sentarme o para hacer uso del excusado, el caso es que me fascina meterme allí con las bolsas de libros y comenzar a mirarlos uno por uno, a quitarles el plástico, la etiqueta del precio... Es como el comienzo del empollamiento –casi literal– o como la entrada directa en el ámbito de la intimidad. Porque nada es más íntimo que compartir aseo. No quisiera verme yo en el papel de estos libros. Un desconocido los compra, se los lleva corriendo, los mete a una habitación sin ventanas y se baja los pantalones delante de ellos. Tremendo.

Este primer contacto con el libro es también como una degustación, un
primer sorbo, para saber cómo saben, si están dulces o salados. En alguna ocasión, algún libro se apodera de mí en esta primera aproximación y me quedo encerrado en el aseo por más tiempo del debido. Luego, tras varias horas, se me acaban durmiendo las piernas y me entra un dolor terrible y un hormigueo insorportable que sólo puedo aguantar tendido en la cama sin moverme durante unos minutos. Habría que escribir algún día sobre esas pequeñas parálisis momentáneas en las que uno cree que va a perder la movilidad para siempre.

Otra cosa de llevarse los libros el primer día al aseo es que también puedes utilizarlos de papel higiénico si te vieras apretado. De momento, nunca me ha pasado. Y no porque no encontrase candidatos, sino porque siempre he pensado que ese papel tiene que rascar mucho y limpiar poco, sobre todo el papel satinado de los libros de arte. Mejor no imaginárselo.

Lo que está claro es que, por alguna razón, todos los libros que compro en los viajes, antes de entrar en las estanterías de casa, han pasado por el aseo de un hotel. Eso está bien decirlo para todos los que tienen libros míos prestados. Que sepan que, de algún modo, ese libro que ahora adorna sus mesitas de café ha compartido un momento de gran intimidad conmigo, y que ha estado expuesto a cosas sobre las que es mejor no pensar.

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