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Siempre igual

Por los pelos. Siempre igual. Llegas por los pelos. Así no hay manera de disfrutar. Pero no tienes remedio. No importa el tiempo del que dispongas. No importa. Al final siempre acabas llegando tarde. Es tu sino. Tarde, sí, pero llegas. A todos los sitios. Raspado, en plan final agónico de película. Alguna vez te pillará el toro. Lo sabes. Algún día. Porque no puedes dejar las cosas siempre para el último momento. Pero no sabes trabajar de otro modo. Tienes que verle las orejas al lobo para que la maquinaria se ponga en marcha. Mientras tanto andas floreando, divagando, leyendo sin prisa, pero no estás del todo en lo que hay que estar. Y luego, en ese momento de agonía, te sorprendes incluso de ti mismo. Y es entonces cuando te preguntas: ¿por qué esperar a esto? ¿por qué el organismo no da todo lo que tiene sin necesidad de llegar a los extremos? Y no sabes qué responderte. Necesitas la presión para dar lo mejor de ti. Algún día te pasará factura. Algún día no llegarás. Pero, bien pensado, eso tampoco será importante. Quizá esto es lo único que ha cambiado en ti en los últimos años. Que sabes que si no llegas tampoco se acaba el mundo. Que sabes que, aunque necesites estar en el límite, esto no es una cuestión de vida muerte. Es trabajo intelectual. Tienes que poner lo mejor de ti, te tienes que dejar la piel, sí. Pero tampoco hasta perder la salud. Porque entonces no merece la pena. Un texto es un texto es un texto. Nada más.

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