VIERNES 22
Casa de hojas
Sales a correr
con J. Hoy, vuelta corta. El flato no te respeta. Cuarenta minutos y a casa. Después,
ves el último episodio de American Horror
Story Coven. Es una serie que te tiene hipnotizado. Aunque esta temporada
no es la mejor, sigue siendo muy imaginativa. Es la mezcla de todos los géneros
de terror. Serie absolutamente posmoderna. Como posmoderna –y también de
terror– es la “novela” que has comenzado a leer. La casa de hojas, de Mark Z. Danielewksy. Un libro monstruoso,
lleno de pasadizos y lugares extraños. Un desafío para el lector. Crees que te
llevará meses terminarlo. Aun así no desistes. Y el libro te engancha y te
perturba. De algún modo, tiene que ver con American
Horror Story, con la mezcla de todos los tópicos de terror. La casa
encantada, la película y los documentos encontrados, y sobre todo las crisis de
pareja, que siempre suelen ser los desencadenantes del miedo.
SÁBADO 23
Nostalgias
Comes en la
huerta, en la casa de tu hermano J., y ves al bebé de tu sobrina. El tiempo
pasa tan rápido... Todos han crecido. Tú has comenzado a envejecer también. Tu
cuñada dice que te han salido canas en la barba. El tiempo pasa, sí. Comienzas
a ser consciente de eso.
Cuando terminas
de comer, te montas en el todoterreno antiguo que ha arreglado tu sobrino. Os
dais una vuelta por carriles llenos de baches como si fueseis unos críos
haciendo motocrós. Por un momento, vuelves a la infancia. Hacer algo por el
mero hecho de pasárselo bien. Sin ninguna otra finalidad. Volver a la huerta es
siempre volver al pasado.
Por la noche
ves Blue Jasmine, la última película
de Woody Allen. Sales del cine con la sensación de no haber visto nada nuevo.
La misma historia de siempre, repetida hasta la saciedad. Aun así, Cate
Blanchett está de Oscar. Y hay un mínimo atisbo de conciencia social que estaba
ausente en gran parte del cine de Woody Allen, que, como las telenovelas
latinoamericanas, habla siempre de un mundo de ricos en el que el problema del
dinero parece solucionado y, por tanto, lo que importa sólo son los
sentimientos.
DOMINGO 24
Demasiado lejos
Te levantas
temprano a correr. Quieres hacer hoy un recorrido nuevo. Y casi por inercia te
ves corriendo hacia tu casa, por el Reguerón, entre caminos de huerta. La
tienes en mente. Pero antes de llegar tu cuerpo no te respeta y tienes que
volver. Once kilómetros son demasiados para ti. Cuando llegas, eres consciente
de que se te ha ido la mano y que, además, has pasado algo de frío. Mientras te
duchas comienzas a estornudar. El catarro ya está aquí.
Después de
cenar te notas cansado, pero no tienes sueño. Estás en crisis con la novela.
Empiezas a no verle el sentido a lo que tienes escrito. Te encierras en la
habitación hasta solventarlo. Y comienzas a escribir de nuevo con otro tono.
Pero ves que tampoco funciona. Así que vuelves a lo que estás escribiendo y
sigues con un capítulo más. Escribes seis páginas de un tirón de un capítulo
que no habías previsto. Quizá la cosa funcione. Te acuestas cansado y sin
tenerlo demasiado claro.
LUNES 25
Resfriado
El catarro
comienza a apoderarse de tu cuerpo. Te acostaste demasiado tarde escribiendo y
has dormido fatal. Es curioso, cada vez que te vas a la cama justo después de
escribir, tienes pesadillas. O, mejor, sueños de los que te levantas cansado.
Es cierto que en alguna ocasión los sueños han resuelto alguno de tus textos. Pero
no siempre. Por lo general lo que sucede es que no descansas. Y al día
siguiente tu cabeza es un caos.
Estás cansado y
resfriado. Y aun así, decides salir a correr con J. por la tarde. Ocho
kilómetros mientras habláis. Llegas a casa no demasiado cansado. Te duchas
rápidamente y coges la moto para ir a Murcia a escuchar la charla de Luna
Miguel que organiza el Gremio de Editores. Y es en ese tránsito donde
definitivamente te resfrías.
Después de la
conferencia, algunos os quedáis a cenar. La cena es divertida. Y más aún la
post-cena. Acabáis en uno de los pocos bares que hay abiertos un lunes en
Murcia. Allí, creyendo ingenuamente eso de que el alcohol es bueno para el
resfriado, pides ron con Sprite. Durante un momento hablas con L. Y te quedas
prendado. Lo confiesas ahora. Es una mujer cautivadora. Tiene una presencia y
un aura que percibes claramente cuando estás delante de ella. Habláis de
literatura, de autores que os gustan y de libros por venir. Te hipnotiza.
Acabáis la
noche en la casa de L., el L. de Murcia –esto de poner iniciales es a veces
confuso–, con L., A. y N. Llevas el ron que trajiste de Venezuela y quieres que
lo prueben. Las chicas sólo beben agua. Vosotros tres entráis al ron a palo
seco. Cada vez que lo saboreas vuelves mentalmente a la Hacienda Santa Teresa.
Acompañáis a L.
al hotel, a A. al taxi y luego os quedáis hablando N. y tú un momento. No sabes
si es el ron o el resfriado, pero el caso es que la cabeza ya no da más de sí. En
cualquier caso, la noche es para enmarcar.
MARTES 26
Casa y libros
El catarro te ha
entrado fuerte. Te levantas como puedes y contestas los e-mails urgentes.
Intentas escribir, pero no estás lúcido. Así que lees. Quisieras entrar de
nuevo en La casa de hojas, pero no es
el libro para hoy. Y comienzas a leer Una
historia sencilla, de Leila Guerreiro. Lo tenías sobre la mesita unas
semanas, pero ayer viste a J. con el libro en la mano y decidiste que era el
momento. Es un libro delicioso. Una crónica escrita con una prosa elegante que
se torna poética justo en el momento justo. Una pequeña joya.
MIÉRCOLES 27
Fantasmas del pasado
Entrevista para
la revista del Casino basada en la influencia de Thomas Bernhard en tus textos.
C. lo ha leído todo y ha encontrado conexiones entre El malogrado e Intento de
escapada que tú ni siquiera habías pensado. Es la primera vez que alguien
hace teorías sobre tu novela que no se te habían pasado por la cabeza. Eres muy
consciente de lo que escribes. Demasiado. Como crítico, estás habituado a
teorizar sobre la obra de los demás y a escribir que a veces las obras dicen
más de lo que los artistas saben. Pero ahora, cuando alguien dice eso sobre tu
obra te resulta extraño. Te deja pensativo durante un buen rato. Hay cosas que
están ahí y que aparecen sin que te des cuenta. Es perturbador.
Precisamente
ese mundo latente lo tienes presente toda la semana. Cada vez que te sientas
frente a la tele y pones el telediario escuchas como ruido de fondo cosas que
conectan con otro tiempo. Escuchas de nuevo el pueblo Alcàsser, Anabel Segura,
violadores, terroristas, casas cuarteles, atentados de ETA… Los criminales del
pasado están saliendo a la calle. Parece el argumento de una serie de J. J.
Abrams. Pero el caso es que todos estos nombres te llevan a un tiempo
diferente. Finales de los ochenta y principios de los noventa. Estabas en el
instituto y nunca imaginaste que verías este momento. O pensabas que no sería
tan rápido. Han pasado más de veinte años de todo aquello y verlos salir ahora,
aparte del sinsentido en muchos casos en los que no hay rehabilitación posible,
es una puesta en evidencia de que el tiempo pasa. Nada es eterno. Todo llega.
Tarde o temprano. Por mucho que se posponga. Los fantasmas del pasado no pueden
ser quitados de en medio. Y regresan para atormentarnos.
JUEVES 26
La felicidad en reposo
Tienes
pesadillas y te levantas sobresaltado. Es una pesadilla muy real. Alguien tira
del edredón hacia un lado. No lo ves. Pero parece algún tipo de engendro pequeño
que tira con la boca. Tú no puedes moverte ni hablar. Te vas ahogando poco a
poco porque el edredón te aprieta en el cuello. Y lo único que puedes hacer es
respirar fuerte por la boca para que tu mujer te escuche y te despierte. Al
final eso es lo que sucede. Te despierta. Es solo una pesadilla. Pero ya no
puedes dormir en toda la noche. E incluso ahora, cuando escribes este párrafo,
conservas esa sensación angustiosa.
A medio día, comida
de San Eloy. La organiza el profesor R. –como el resto de eventos en torno al
patrón de los plateros– y se ha convertido en una festividad para la carrera de
Historia del Arte. Parece una boda o, mejor, Nochevieja. Los alumnos van
vestidos con sus mejores galas. Este año, sin embargo, tú no llegas a estar del
todo bien. La fiebre y el dolor de cabeza te imposibilitan disfrutar como otras
veces. Pero a finales de la comida, casi llegando al postre, se produce un
giro. Un e-mail de Anagrama te informa de que Éditions de Seuil ha presentado
una oferta de traducción de Intento de
escapada. De golpe se te quita todo el malestar. Te levantas de la mesa
corriendo y llamas a R. Habías estado soñando algún tiempo con este momento.
Por alguna razón piensas que Francia es el contexto ideal para tu novela
–incluso más que España–. Y, además, Seuil
es una editorial que te fascina. Cuando miras su catálogo de literatura
extranjera –Coetzee, Saramago, Pynchon, Murakami…–, te entra el vértigo y la
alegría te desborda.
Después de la
comida, en el Kennedy, bailas y sigues un momento de fiesta con compañeros y
antiguos alumnos. Estás feliz, pletórico, aunque el cuerpo no te acompañe. Pero
tienes ganas de llegar a casa y saborearlo en soledad, con R., que es la que
sufre contigo y la que sabe lo que todo esto cuesta y supone. Por eso regresas
antes de tiempo, y la abrazas, y experimentas, ahora sí, la felicidad en
reposo.
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