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Besa mi nuca cuando salgas de mí

—Me acabo de tomar dos pastillas de Diazepan y me empieza a entrar la modorra.
—Entonces no sé por qué comienzas la conversación ahora. Hace más de cinco meses que no hablamos.
—Lo sé. Es que me he agobiado y necesitaba contárselo a alguien.
—Agobiado, ¿por qué? Cuenta, anda, alma de Dios.
—Si realmente no es nada. Es que por momentos quisiera mandarlo todo a la mierda. Por momentos sólo. Pero por momentos.
—Pero si estás mejor que quieres.
—En parte.
—¿En parte?
—Sí, en parte. A veces creo que me pierdo. Se me va el tiempo. Se me escapa lo que quiero.
—Y ¿qué es lo que quieres?
—Pues ése es el problema. Que tampoco es que lo tenga demasiado claro. Sé qué es lo que quiero, pero en el fondo no lo sé.
—...
—Sí, es como ahora. Empiezo casi a ver doble por el efecto de Diazepan, me estoy durmiendo, tendría que irme a la cama; además, me duele la garganta. Y sin embargo comienzo una conversación contigo. Contigo, con quien debería hablar más a menudo, y hacerlo sobre todo con tiempo y lucidez. Pero no, me pongo a hablar ahora. Ahora que se me cierran los ojos.
—¿Y no será que lo que quieres es escribir y ya está?
—¿Será eso?
—Seguro. ¿Te has mirado hoy al espejo?
—Mil veces.
—¿Y no has visto nada?
—Nada. Bueno, a mí. Es decir, nada. Una nada a la que le están saliendo demasiadas canas en la barba.
—Es que ya no eres un niño.
—Quizá sea eso lo que me pasa.
—Es eso, no lo dudes.
—¿Que ya no soy un niño?
—Que ya estás de camino.
—¿De camino?
—Sí, hacia lo hondo.
—No me vaciles.
—No te vacilo. Te lo estoy diciendo tal y como lo siendo.
—Joder, me estás poniendo nervioso. Se me está quitando incluso el sueño.
—Es la escritura, Miguel. Es la escritura. No es otra cosa.
—La escritura... ¿así? ¿sin sentido? ¿sin orden? ¿sin mayúsculas después de signo de interrogación?
—Así mismo. Es lo que sale de tus dedos.
—Sí, ahora comienzo a sentirlo.
—No me digas que no lo echabas de menos. Este dejar sueltos los dedos mientras el Diazepan le canta la nana a tus neuronas.
—Lo siento, sí.
—Claro. Ahora los ojos comenzarán a arderte. Poco a poco. Los cerrarás. Y dejarás si acaso un resquicio para que entre la luz y se cuelen estas letras en la pantalla.
—Casi no las veo.
—Aguanta un poco.
—A lo lejos. Se desvanecen. Poco a poco.
—Es la escritura. Son los dedos. Los ojos ya no hacen falta.
—Por un momento quisiera mandarlo todo a la mierda.
—Es la escritura. Son los dedos. La mente ya no hace falta.
—Por un momento quisiera mandarlo todo a la mierda.
—Deja de fingir; no engañas a nadie.
—Ya lo sé. Es que hacía tiempo que necesitaba un poco de malditismo. Tanta felicidad me está matando.
—Ya decía yo.
—Tanto bueno hace daño al alma. Quiero performar la desesperación. Por eso me tomo el Diazepan de dos en dos. Para sentir la muerte dulce y trágica.
—Haz el favor de cerrar ya los ojos. Ni siquiera el resquicio de luz. Nada. Cierra. Apaga. Levanta. Acuéstate. Es hora.
—Sí, es hora.
—Sólo espero que vuelvas más a menudo.
—¿Aunque sea para esto?
—¿Para qué si no? Somos esto. No somos otra cosa.
—Los dos.
—Tú y yo.
—Ambos.
—Choquémonos en una nebulosa interestelar y produzcamos una catástrofe.
—El vuelo de una mariposa en el anillo de Saturno.
—Sí, en el anillo de Saturno.
—Puede producir un terremoto en la superficie de Marte.
—O en la cara oscura de la Luna.
—Sí. Cierra los ojos.
—Ya. Ahora.
—Una mariposa.
—Aletea en el fondo de un agujero negro.
—Y aparece en mi sueño. En este sueño oscuro y extraño.
—Aquí.
—Llena de nubes.
—Melancólica.
—Con lágrimas de otra galaxia.
—Con lágrimas que nunca sabremos interpretar.
—Con lágrimas que nunca sabremos llorar.
—Por un momento quisiera mandarlo todo a la mierda.
—O volar sobre los anillos de Saturno.
—Sí, quizá eso.
—Entonces se ha cumplido.
—Sí, se ha cumplido.
—Cierra los ojos.
—Cerrados están.
—Ahora deja de escribir.
—...
—Así. Abandónate.
—...
—Déjalo todo.
—...
—Y besa mi nuca cuando salgas de mí.



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