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Presente continuo 21 - 26 febrero

VIERNES 21 / Mezcal
Te levantas tarde en Madrid. Querrías haber aprovechado la mañana para visitar galerías, librerías o cualquier cosa, pero la noche pasada fue demasiado larga y prefieres descansar un poco en la casa y escribir durante unas horas.

A las tres L. ha reservado en un restaurante mexicano de moda. Después de cien llamadas ha conseguido mesa. Es una experiencia extraordinaria. El tuétano a la brasa y el mezcal con que lo acompañas crees que es lo mejor que has comido nunca. Casi te emocionas. O quizá sea el picante del chile, que te nubla la vista y te llena los ojos de lágrimas.

Hasta arriba de mezcal os encontráis con M. para visitar JustMad, la feria alternativa de Arte. Todo es muy cool, sobre todo en la zona chill out. DJ, césped, barbas, gafas de pasta. Desde allí, salís para la New Gallery. Allí hay una performance en la que unos bailarines siguen la estructura de una cuerda. Demasiada gente. Tú eres de los más altos. Intentas grabar algo levantando tu iPad y al minuto te das cuenta de que más de cincuenta personas detrás de ti están contemplando la acción a través de la pantalla. Sostienes la tablet todo lo que puedes hasta que se te cansan los brazos.

Con M. y con tus compañeras de 1er Escalón salís para ver una exposición en el salón de una casa. Está al lado, dice A. Y tardáis más de cuarenta minutos andando. Llegas reventado y con la boca seca

Cenáis con L. y J. y vais a la “fiesta” de Jägermeister en Chicote. Sólo pillas un chupito y el resto lo tienes que pagar tú. Los gin-tonics son caros. Enseguida se llena de gente del mundo del arte. Un chico venezolano te pregunta si eres escritor y dices que a veces. Entonces te dice si te importaría que le firmaras tu libro, que lo está leyendo y lo lleva allí. Te quedas sorprendido. Y te alegra la noche. Seguís un poco más en un bar que huele a lejía y el último gin-tonic acaba por matarte del todo. Cuando te acuestas todo te da vueltas y, en una de ellas, casi caes en el lado de M.


SÁBADO 22 / Imodaba
Te despiertas antes de la cuenta. Estáis todos mal. Sin prisa salís para ARCO. Hoy es sábado y quizá tengas la suerte de poder ver algo más y no encontrarte a mucha gente. Pero ARCO parece la calle Trapería un sábado por la tarde. Te encuentras allí a media Murcia. Alumnos, amigos, conocidos, vecinos, familiares. Y a todos ellos se suma la gente que no sabías que conocías. Tus amigos virtuales. A muchos de ellos no los reconoces, pero se dirigen a ti con complicidad. Miguel Ángel, ¿qué tal? Te paras y piensas un poco. ¿De Facebook, de Twitter? Te das cuenta de que el look con la gorra y con la barba es inconfundible. Hay personas que saben quién eres sin que tú sepas quiénes son. Por un momento eso te da miedo.

Conforme avanza la tarde las piernas empiezan a flaquear y comienzas a notar el cansancio. A las siete y media le dices a M. que con lo que habéis visto ya se ha hecho una idea de lo que es ARCO y que sería mejor regresar a casa. Allí encontráis a L. tendido en la cama. Acaba de llegar de celebrar la firma del contrato de su novela con V. Habías pensado salir esta noche para seguir celebrando cosas pero decidís que ha llegado el momento de frenar. Estáis muertos. Los tres. Así que pensáis que lo mejor es cenar cerca y volver a casa. Habéis quedado allí con I., T., S. y C. para tomar unas copas y salir después –aunque vosotros sepáis que lo vuestro va a ser breve–. La cosa se complica. La cena os sienta fatal. El lugar huele a fritanga. Casi os da náuseas. A M. le duele el ojo, a ti el estómago y L. ya no siente nada. Sin embargo, cuando llegan los demás bajáis a la especie de sótano que tiene la casa que habéis alquilado, ponéis música y comenzáis a beber. A las cinco de la mañana os dais cuenta de que ya no queda nada en las botellas. Habéis pasado la noche viendo vídeos de Youtube y riéndoos como hacía mucho tiempo. Uno de los vídeos se te queda en la cabeza: la mujer mayor que dice “imodaba, imodaba, imodaba”. Te duele el estómago de tanto reír. Casi no puedes subir la escalera. Los despides en la puerta como si se fueran a la guerra.

DOMINGO 23 / Resistir
Los cuerpos tienen una resistencia. El vuestro ha tocado techo. Te levantas como puedes, con el estómago dolorido, pero con la sonrisa en la boca. A las once y media has quedado con D. para que te devuelva el coche y poder llevarlo a un parking antes de regresar. Después de dar varias vueltas por Madrid sin GPS lo dejas en el primero que encuentras. Llegas andando a La Central y, antes de desayunar, compras algunos libros que necesitabas.

Salís de Madrid a las dos. Se va con vosotros N., que os ayuda a encontrar la entrada al parking. El viaje va a ser largo. Sin embargo, por arte de magia, una vez montado en el coche vuelves a la normalidad. El cansancio, el malestar y el sueño se transforman en neutralidad. Probablemente la tensión hace que todo se pase por un momento. A las siete y media estáis en Murcia. Has conducido todo el rato y crees que no estás cansado.

Cuando llegas a casa, R. no está. Su madrina está en el hospital y ella está con su madre. Cenas unas naranjas –no has comido fruta en cinco días– y notas que el cansancio comienza a llegar paulatinamente. Pero no es momento para dormir y desfallecer. En la tele ponen el Murcia –no te ha dado tiempo de llegar al estadio– y lo ves empatar con el líder. Mientras, contestas varios mails. Y luego, retomas la lectura de Iris, la novela de Edmundo Paz Soldán que presentas mañana y en la que apenas has tenido tiempo de sumergirte. Intentas leer algunas páginas mientras llega R. Pero el sueño te vence.


LUNES 24 / Iris
Te levantas temprano para seguir con la lectura de Iris. Logras meterte en el cuerpo doscientas páginas de un tirón. Te ha costado trabajo entrar en el mundo distópico de ese planeta del futuro, pero cuando lo has hecho te ha seducido con sus reflexiones sobre la tecnología y los modos en los que el futuro y lo primitivo acaban dándose la mano. Como puedes, preparas la intervención. Luego, en la mesa, hablas del lenguaje, del cruce de tiempos, del imaginario de la ciencia ficción y del potencial político de la novela.
Después de la presentación, te quedas a la lectura de los cuentos de Edmundo en el Zalacaín. Los descubres allí. Son tremendos, lúcidos, enigmáticos y de gran potencia narrativa. Agradeces haber tenido la oportunidad de escucharlo y volver a hablar con él, aunque haya sido tan breve.


MARTES 25 / Demasiadas cosas
Asistes temprano a la conferencia que Paz Soldán imparte sobre la ciencia ficción en la tradición latinoamericana. Aprendes. Apuntas nombres y referencias. Casi sin tiempo para tomar un café, comienzas tu clase de Últimas tendencias. Cuando llegas a las imágenes casi pornográficas de Jeff Koons e Illona Staller algunos alumnos comienzan a indignarse. Hay demasiadas preguntas en el aire. ¿Dónde están las fronteras entre una cosa y la otra? ¿Qué es arte y qué es pornografía? El debate se alarga y no llegáis a demasiadas conclusiones

Antes de llegar a casa pasas por el casillero de la Facultad y encuentras una sorpresa que te alegra la mañana, una copia firmada del libro de Vila-Matas. Ya habías comprado uno, pero no importa. Un detalle encomiable del escritor que más admiras.

Por la tarde, participas en el cine fórum de los chicos de AHARMUR en la Puerta Falsa.  Improvisas al piano sobre unos fragmentos de Berlín, sinfonía de una ciudad. Son quince minutos. Haces lo que puedes. Ni siquiera has podido ensayar nada. Sólo la has visto una vez para ver dónde empieza y dónde acaba. Sin embargo, no sale del todo mal.

Cuando vuelves a casa, te das cuenta de que esto se está saliendo de madre. Son ya demasiadas cosas a las que te prestas. Debes decir que no, debes decir que no, debes decir que no. Pero no sabes cómo hacerlo. Crees que quizá tenga que ver con alguna oscura pulsión masoquista que te arrastra a esta hiperactividad, a vivir varias vidas en una, a intentar abarcarlo todo, sin apretar en ningún lugar, sin profundizar en nada. Oficial de mucho, maestro de nada. Eso es lo que eres. Y ya ni siquiera oficial.


MIÉRCOLES 26 / Cierras los ojos
A los dos minutos de levantarte, recibes un correo desde Colombia. La revisión de la traducción del libro de Mieke Bal que te comprometiste a hacer debe ser enviada. Es el correo que más habías temido. En un momento de generosidad –y de no saber decir que no– te ofreciste a echar un ojo a la traducción de su libro sobre Doris Salcedo. Pero la cosa acaba siendo más difícil de la cuenta. Te ha llevado ya varios días. Y tienes un plazo de dos semanas para entregarlo. Te das cuenta de que estas dos próximas semanas sólo vas a poder dedicarte a eso.

Por la tarde, cuando llega R., hacéis el amor. Desde que volviste de Arco no habíais tenido un minuto. Y no puede pasar más tiempo. Lo haces con tanta intensidad que justo al final te da un tirón en la parte de atrás del muslo. Intentas seguir hasta el final y el dolor y el placer se confunden de tal manera que ya no sabes donde acaba uno y empieza el otro. Cuando terminas tienes que levantarte y comenzar a estirar. Tanto andar estos días ha mermado tus piernas. Te da por reírte. El dolor ya no se te va en todo el día.

A las ocho, reunión de la comunidad de vecinos. Eres el presidente. Hay que subir la cuota. Hay que ingresar dinero en la cuenta. Hay que negociar el mantenimiento del ascensor. Hay que, hay que, hay que. Demasiadas cosas. Quisieras dejar el cargo.

Justo después, ves el Madrid contra el Shalke. Sublime. Lo que hacen estos seres con el balón es arte. No hay ningún tipo de duda.


Antes de dormir, un poco más de Vila-Matas. Subrayas prácticamente cada página. Es magistral. Su visita a Kassel. Te das cuenta de que el arte viene de donde menos te lo esperas, que no puedes escapar de él, por mucho que quieras. Cuando apagas la luz aún te duele el muslo. R. duerme tranquila a tu lado. Besas su frente. Cierras los ojos.

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