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Presente continuo (Semana del 4 al 10 de julio)

VIERNES 4 / Masaje
Despiertas temprano. A las siete ya no puedes seguir durmiendo. Dos semanas y media en el sillón ya comienzan a cansarte y el cuerpo se resiente de mantener día y noche la misma posición. A media mañana comienzan los masajes sobre las partes operadas. Llegas a la clínica, te subes como puedes sobre la camilla y la enfermera conecta una máquina de la que sale un dispositivo extraño que se posa sobre tu cuerpo. El ruido te recuerda al de los drones de las películas de ciencia ficción. El dolor ya es otra cosa. La piel está aún sensible y notas las vibraciones como si fueran pellizcos y pequeños bocados. Es necesario para que baje la hinchazón, dice. El dolor es bueno, te convences.
Antes de eso, te ha pinchado varias veces en el abdomen para ver si quedaba líquido tras la operación. Parece que todo va bien, pero debes seguir llevando la doble faja. La que tienes ahora y que apenas te deja respirar la ve demasiado holgada; necesitas más compresión.
Sales de la clínica algo más erguido de lo que has entrado. Compras la nueva faja, te la pones y aguantas la respiración todo lo que puedes. Va a ser duro encontrar la postura para poder hacer algo en condiciones.
Al llegar a casa, te sientas en el sillón y tardas un rato en acomodarte. Al final, te acostumbras. No hay más remedio. En esa posición acabas de leer La fotografía, de Penelope Lively. Te parece un gran libro. Al final, la fotografía encontrada al principio no es más que un mcguffin para hablar de los celos, la memoria y las relaciones de pareja. Prometes leer todo lo que encuentres de esta escritora.
Por la tarde te cuesta horrores encontrar el modo de escribir el “Presente continuo” de la semana anterior. Tienes que hacerlo en el iPad y a ratos cortos. Estas semanas la lírica se evapora. Escribes como puedes y ya es bastante que pueda salir algo en condiciones.
Después, bajas a la calle a andar la media hora que te ha recomendado la cirujano. La cicatriz y los músculos te queman y tienes que volver antes de tiempo. Compras helado como postre para celebrar que, dentro de lo que cabe, todo parece ir bien. Cenas un sushi insípido que traen de un asiático al que has llamado por teléfono. Es la última vez que llamas ahí.

SÁBADO 5 / Eros
Hoy la nueva faja te mata. Te inhabilita por completo para concentrarte en cualquier cosa. Por la tarde sales a andar un poco y te la tienes que quitar a la vuelta porque ya no la soportas.
Ves los cuartos de final. De nuevo te decepcionan. Este mundial es aburrido. Mucho. Antes de que acabe el partido, te sumerges en la lectura. Es lo único que te sigue distrayendo a pesar de todo. Te bebes Rituales cotidianos. Cómo trabajan los artistas, de Mason Currey. Está lleno de anécdotas de escritores, músicos y pintores. Algunos son excéntricos: beben, se drogan, fuman de todo, escriben en la cama con los rituales más extraños; otros son metódicos y obsesivos: siguen un orden estricto como si se tratase de una especie de régimen militar. Pero para todos el arte o la escritura es lo más importante, cuestión de vida o muerte, nada que ver con un mero entretenimiento. Crees que cada día estás más cerca de esa visión.
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El dolor, la incomodidad y las molestias no han conseguido eliminar la libido. No has preguntado a la cirujano cuándo puedes tener sexo. Miras en internet antes de proponer nada. A las dos semanas se puede intentar algo, dicen, calmado y sin brusquedad. Por la noche, no puedes aguantar más y haces lo que puedes, con cuidado extremo y poniendo atención a cada uno de los movimientos, casi como si fuera un ritual tántrico. Cuando acabáis, te sientes revitalizado, como si esa energía erótica te hubiese recargado por dentro. El sexo te da soberanía sobre tu cuerpo, te lo hace reconocible, te lo devuelve, convierte la carne herida en potencia de vida.

DOMINGO 5 / La mujer justa
Despiertas mucho mejor. Lo notas. Te duchas y por primera vez reconoces tu cuerpo en el espejo. Por un minuto no recuerdas lo que había allí antes de la operación. Y empiezas a sentir la cicatriz más como una parte del cuerpo que como una sutura foránea que se había cruzado en tu camino.
En la televisión ves un documental sobre el dopaje de Lance Armstrong. Coincide casi con el inicio de Tour de Francia. Hablan del significa de hacer trampa, de la ambigüedad de la mentira y de la necesidad de ampliar la capacidad del cuerpo cuando es puesto al límite. El ciclismo siempre te ha parecido una locura. Lo extraño es que no se dopen todos.
Te calzas las deportivas y sales a dar una caminata con R. Os pasáis de la media hora y vuelves cansado. La cicatriz te tira un poco y el ombligo te escuece. Debes ser consciente de que aún falta para la recuperación.
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Por la noche terminas de leer La mujer justa, de Sándor Marái, que te ha acompañado estas semanas. Te lo recomendó J.M. y lo has ido degustando poco a poco. Es un grandísimo libro. El primero que lees del escritor húngaro. A través de tres monólogos, Marái se introduce con un magisterio sólo al alcance de los más grandes de la literatura en los sentimientos, el amor, el abandono, el miedo. Un análisis del alma humana. Lleno de sabiduría contextualizada. Cada personaje es sabio según sus circunstancias que dan pie a su historia. Una historia que, más allá de las emociones, se adentra en el espíritu de la lucha de clases. El fin de la burguesía, el complejo de culpa, el dinero, el sentido de la cultura. Y sobre todo, el desmoronamiento del mundo del pasado durante la primera mitad del siglo XX. En el fondo es de esto de lo que trata, de cómo un modo de habitar, unas costumbres, una cultura, desaparece, y de la melancolía y sentimiento de pérdida se apodera de aquellos que sienten que ese mundo, que daba sentido a su existencia, se desvanece.
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LUNES 6 / Más lecturas
En cuanto te levantas vas a la clínica. Se te han infectado los puntos del ombligo. Nada grave. Pomada durante una semana y se curará sin problemas. Lo que sí que te duele es el cuello. Dada la postura en la que estás durmiendo, lo raro es que el dolor no hubiera aparecido antes. Pero hoy ya se hace insoportable. Pides cita con la fisio y te da para mañana.
Antes de comer acabas de leer El arte de volar, el cómic de Antonio Altarriba y Kim. Te emociona la historia. Y te da ideas para lo que quieres escribir. Intentas incluso sentarte al ordenador para ponerte con tu novela, pero al final es imposible. Entre el cuello y la doble faja no encuentras la posición.
Por la tarde lees de un tirón Cartas a un joven novelista. Lo confiesas, solo has leído de Vargas Llosa ensayos. Y te entusiasma su prosa. Aquí es sagaz. Y te hace aprender. No haces estos días otra cosa que aprender. Pones sobre la mesa de lectura La ciudad y los perros. De este verano no pasa.
Todas las noches, antes de dormir, sigues con la segunda temporada de Bron/Broen. Cada vez se pone más interesante. Todo está calculado y meditado a la perfección. Las piezas van encajando y ya esperas la sorpresa final.

MARTES 7 / Primera salida
Hoy vas por primera vez a la universidad. Es tu primera salida a la vida después de la operación. Reunión de departamento para pedir asignaturas. No te sale exactamente como pensabas y vas a tener que prepararte una asignatura nueva. No puedes coger Arte del siglo XX ni Últimas tendencias y tienes que quedarte con Teoría de la Historia del Arte. Te gusta, pero se te viene encima demasiado rápido. Y sobre todo te va a entorpecer la escritura de la novela. Al terminar la reunión, sales para la fisioterapeuta. Sin bajarte la faja y sentado en una camilla hace lo que puede con tu cuello. Ya no sientes el dolor.
Por la tarde te quitan los puntos de la cicatriz y te vuelven a dar un masaje con la máquina. Te duele menos que la otra vez, el masaje. La cirujano te dice que todo sigue bien y que te puedes quitar ya la segunda faja. Sientes un alivio tremendo. Te quedan dos o tres semanas para poder quitarte la otra y dejar de sentir la presión. Pero así ya te puedes sentar frente al ordenador y comenzar a moverte con mayor normalidad.
Ves el 7-1 de Alemania a Brasil y te alegras secretamente. Siempre has ido con Alemania. La primera camiseta que te compraste fue la de Lothar Matthäus, un mito durante tu infancia y tu adolescencia. Además, el juego de Brasil en este mundial era soporífero. No se merece ni el cuarto puesto.
Antes de dormir te enganchas a El país de las últimas cosas, uno de los pocos libros de Paul Auster que te faltaba por leer. No te llega a convencer del todo, aunque acabas devorándolo y casi logras acabarlo antes de apagar la luz.
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MIÉRCOLES 8 / Nostalgia
Por la mañana, nada más levantarte, terminas las páginas que te faltaban del libro de Auster. Desde luego, no es el mejor del escritor, pero su imaginario te sigue fascinando y estás tan agradecido por los buenos momentos que te ha hecho pasar su literatura que se lo perdonas todo.
Por la tarde ves el final de la segunda temporada de Bron/Broen. Es magistral, aunque se queda para una tercera y no sabes cómo vas a poder esperar a septiembre de 2016.
Después, sales a andar con R. por la mota del río. Hace una temperatura agradable y mantenéis un buen ritmo. Cuarenta minutos es para ti ahora todo un récord. Os adelantan muchos corredores y sientes envidia y nostalgia. Al regresar, ves la semifinal entre Argentina y Holanda y te sirve de somnífero. Duermes feliz, sintiendo que te vas encontrando poco a poco.
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JUEVES 10 / Tiempo de escritura
Te levantas algo dolorido tras la noche. Pero se pasa enseguida. R. te lleva a la universidad para poner el examen de Crítica de arte. Va volviendo la normalidad, aunque todo te cueste el doble y aún tengas dificultades para atarte los cordones de los zapatos.
Al llegar, te sumerges en Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, que tantas veces te ha recomendado L. Por fin ha llegado el momento. Y la novela no te decepciona. Te absorbe de tal manera que casi te olvidas de comer. Tienes la sensación mientras lees de que es así como quisieras escribir, que alguna vez te gustaría publicar un libro así, sincero, directo, lleno de verdad y de buena literatura. Junto a La invención de la soledad, es el mejor libro sobre un padre que has leído hasta el momento. Una oda a la memoria, a la escritura, al amor, a la vida.
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Tanto te llega, que cuando lo acabas, en lugar de intentar seguir con tu novela, que esta semana se te ha resistido, comienzas a escribir el principio de la siguiente, la que pretendes dedicar a la reconstruir la historia de tu abuelo paterno, a quien nunca llegaste a conocer. Escribes diez páginas como poseído por la energía de lo que acabas de leer. Te gusta tanto que estás tentado a continuar y aplazarlo todo. Pero al final el sentido común acaba regresando y lo dejas como esbozo de algo que retomarás cuando acabes lo que estás escribiendo ahora. Te das cuenta de que lo que tienes que recuperar es la intensidad y el deseo por continuar con tu novela. Por alguna razón esta semana aún no has podido volver. Pero ahora mismo sabes que ya ha llegado el tiempo. El tiempo de escritura. No hay más excusas. Te puedes sentar frente a la pantalla y ya has tenido dos semanas de lecturas y descanso. La historia llama a tu puerta. Te falta la última parte. Tres o cuatro capítulos para acabar el primer borrador. Y ya se ha demorado bastante. Es tiempo. Tiempo de escritura.

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