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Presente continuo (semana del 19 al 25 de septiembre)

VIERNES 19 / Metáforas que abren mundos
Mañana de resaca. Dormitas toda la mañana dando vueltas de un lugar a otro y con la cabeza aún en la luna. Logras leer algo, aunque no llegas a concentrarte del todo. Por la tarde llevas a R. al tren. Se va a Madrid a ver una exposición y te quedas el fin de semana solo en casa. A la vuelta de la estación escribes el “Presente continuo” y lo entregas a última hora. Cenas lo primero que encuentras y ves la segunda parte de Nymphomaniac. Te parece, como la primera, burda, zafia y fallida. En todos los sentidos.

Antes de dormir, continúas con la lectura de Lo que a nadie le importa, de Sergio del Molino. Estás degustando el libro muy poco a poco, a pequeños sorbos, consciente de que se trata de una novela magistral, alta literatura, de las mejores cosas que has leído en tiempo. No cesas de subrayar. Cada frase es un mundo, cada metáfora abre un espacio para el pensamiento. Mientras lo lees te das cuenta de que jamás podrás escribir así, con esa lucidez y dominio del lenguaje, con esa potencia para crear imágenes que condensan experiencias. En el fondo, aunque no lo dices, lees el libro con una mezcla de admiración y desencanto. Admiración por ver algo extraordinario. Y desencanto por darte cuenta de que Sergio ya está a años luz del lugar al que tú puedes llegar. Su literatura muestra que hay cosas que son posibles y que tú sin embargo no sabes hacer, ni crees que puedas aprender. No acabas la lectura esa noche, sigues demorándola, como si no quisieras nunca que el libro se alejase de ti. Por la noche, las frases se meten en tu sueño. Te despiertas varias veces y una de ellas no sabes ni siquiera dónde estás.


SÁBADO 20 / Día completo
Te levantas temprano y sales a correr en ayunas. Sabes lo que le vas a meter al cuerpo y quieres hacerle sitio. Con L. y tus hermanos almorzáis en El Yeguas. El plato de morcillas, magra y morro es tremendo. Las morcillas están deliciosas. Como todo lo demás. Salís de allí cerca de las dos del mediodía, absolutamente doblados. Como podéis, llegáis el restaurante hindú de la plaza del Rescate e intentáis culminar allí la gesta. L. pide el plato más picante de todos. La camarera os mira raro y dice que ella eso no lo puede tomar. Durante unos minutos ni siquiera podéis hablar. Los ojos se te llenan de lágrimas y dejas de sentir la lengua. Pasarán varias horas hasta que la recuperes del todo.
Después de dormir un poco y hacer malabares para salir del pueblo entre el desfile de carrozas, te encuentras de con L. y M. y os dais una vuelta por Pérez Casas. Nada más llegar te das cuenta de que no vas vestido con propiedad. Tu look hipster guarro no pega de ninguna de las maneras. Os tropezáis con J. y P., que están de despedida, y se unen a vosotros. Cenáis un poco y seguís bebiendo. A las once y media pasáis por el cumpleaños de M. y ves allí a varios exalumnos que se han convertido en amigos. Intentas mantener el tipo pero ya no puedes seguir bebiendo. Estás tan cansado y has comido tanto a lo largo del día que ya ni siquiera estás borracho. A las tres y media, mucho antes de lo que esperabas, tu cuerpo te lleva al lugar en el que habitan los sueños, tu cama. Ha sido un día completo. De eso no cabe duda.

DOMINGO 21 / Pleno
Despiertas resacoso con un pasacalles a las nueve de la mañana. El pueblo sigue en fiestas y aquí no se respeta nada. La calle se llena de gente haciendo la ruta de la tapa y ya no puedes volver a dormirte. Te levantas y lees los periódicos mientras desayunas. Extrañamente no te duele la cabeza. Así que estás lúcido para contestar mails y continuar la escritura del texto sobre la obra de Prudencio Irazábal que tienes que entregar cuanto antes.

A mediodía ni comes. Tu estómago parece estar en huelga. Por la tarde recoges a R. del tren. Te gusta que te cuente el viaje. Te resulta curioso estar en el otro lado. Al llegar a casa, el cansancio desaparece durante un tiempo y el deseo hace acto de presencia. Sudas tanto que tienes que ducharte dos veces.


Por la noche veis el último capítulo de Extant. Fin de temporada. No puedes explicar las razones por las que te gusta esta serie, pero ha logrado convencerte y meterte dentro del juego. 
Antes de dormir, de nuevo surge el deseo. Tienes que dejar el libro sobre la mesilla y posponer la lectura. Duermes feliz, pleno, relajado, como si se hubiera dado fin a una semana memorable.

LUNES 22 / Buenos propósitos
Te levantas descansado y con ganas de hacer cosas. Dedicas la mañana a la novela y adelantas bastante, más de lo que habías previsto. Llevas a R. al médico en la moto y a la vuelta nos os pilla la tormenta por menos de un minuto. Aparcáis, y justo en ese momento comienza la lluvia torrencial. Mientras llueve, vas al gimnasio. Está lleno. A rebosar. Septiembre y principios de semana. Demasiados buenos propósitos. Cuando vuelves sigue lloviendo y comienzan los truenos. Apagas el ordenador, todavía crees que puede caer un rayo y romperlo todo si sigues trabajando. Así que te metes en la cama y lees un rato. Después te levantas y continúas la escritura del texto de Irazábal hasta la madrugada. Lo acabas. Es más extenso de lo que habías imaginado. Justo antes de dormir, accedes a un presente alterno y te excitas leyéndolo.

MARTES 23 / Belleza blanda
Escribes desde temprano. Decides poner imágenes en la novela. Lo habías barajado en varias ocasiones pero hasta ahora no lo habías tenido tan claro. A mediodía vas a la radio a hablar sobre la belleza de las mollas. Apenas hay tiempo para decir nada. Y dejas muchas cosas en el tintero. Querías decir, por ejemplo, que te encanta lo blando, que te pierde, que gusta morder y lamer la parte interior del muslo, las carne de las caderas, los mofletes, el antebrazo, la barriga, las nalgas, los pechos y los pezones. Y, por supuesto, la molla suprema. Tu madre llamaba así al órgano femenino, “la mollica”, “el repisco”. Te encanta pellizcarlo, asirlo, apresarlo. Te gusta hundir tus dedos en la carne, crear claroscuros en la piel como en El rapto de Proserpina de Bernini. Te cautivan las curvas, te fascina que el cuerpo de la mujer sea un lugar para perderse como quien se de adentra en un océano inmenso cuyo fin nunca puede conocer. Un cuerpo infinito, lleno de recovecos para guarecerse, un mundo para habitar toda la eternidad. Quizá sea un recuerdo de la infancia, de la plenitud de la madre, de aquel cuerpo que lo era todo y en el que uno estaba a salvo de cualquier peligro. Quizá sea esto, sí, quizá por eso para ti el cuerpo de la persona que amas es un refugio, un abrigo blando, suave, esponjoso, dúctil y maleable.

MIÉRCOLES 24 / Acontecimiento
En ayunas vas al gimnasio. Creías que no ibas a encontrar a nadie a las siete y media pero está repleto. A las nueve ya lo tienes todo hecho y llegas a clase pletórico, con la moral por las nubes. Acabas la introducción a la disciplina con una especie de arenga contra la Historia del Arte tradicional y en defensa de una Historia del Arte crítica y posicionada, realizada desde el presente, en constante movimiento, más allá de lo disciplinar y lo supuestamente científico. La Historia del Arte como narración afectiva. Un acontecimiento en el presente.

Después, tienes la mañana llena de reuniones con doctorandos que te piden consejo para organizar el trabajo. De nuevo, confían demasiado en tu criterio. Conforme avanza el día, comienza a llegar el cansancio y el cuerpo empieza poco a poco a apagarse. La tarde con E. pasa en un suspiro. El tiempo se vuelve a expandir. Allí eres otro tú, un tú diferente, aunque no ajeno, un tú del otro que, sin embargo, sigue siendo tú. Eres más consciente que nunca de que los sujetos son seres múltiples y la autenticidad es una construcción. Lo que sucede es auténtico en la medida en que sucede, en que está ocurriendo. Buscar debajo de eso una verdad absoluta no tiene sentido. Lo único que importa es que las cosas suceden. Ésa es la única verdad innegable, la del acontecimiento irrepetible que tiene lugar en el presente.


JUEVES 25 / Esbozos
Por la mañana escribes. Has comenzado la tercera parte de la novela y tienes que volver a escribir unas páginas para completar algo cuya forma no te gusta del todo. Decides volver al cuaderno y la pluma. Es curioso, en ocasiones te sale todo directamente frente al ordenador, y otras veces tienes que esbozar y escribir a mano. Te das cuenta de que el cuaderno, en este estado de la novela, se ha quedado para arranques de escritura. Bosquejos, frases, búsquedas del tono preciso hasta que saltas al ordenador. Si alguien llegase a mirar esos cuadernos en el futuro se daría cuenta de que esas páginas son en el fondo trampolines para el salto, afinadores de tonos de escritura, pequeños fracasos, espacios de transición.


Por la tarde asistes a la inauguración de la exposición de Prudencio Irazábal en Art Nueve.  Es uno de los pintores que más admiras. Estás familiarizado con su obra, no sólo porque hayas escrito sobre ella, sino porque su concepción de la pintura, como un proceso de descubrimiento y como una plataforma de relación, se encuentra muy cerca de tu visión del arte. En la inauguración te encuentras de nuevo con amigos que hacía tiempo que no veías. Una vez más, todos hacen referencia a tu barba. Es excesiva, lo sabes. Has hecho la promesa mental de no recortártela hasta que acabes la novela. No sabes si vas a poder cumplirlo. Como tantas otras cosas. Vivir, en el fondo, es prometer cosas que nunca pueden ser cumplidas. Es intentar llegar a lugares imposibles. Es fracasar, una y otra vez. Aunque cada fracaso sea un pequeño logro, un paso adelante hacia otro fracaso mejor. Por supuesto, resuenan aquí las palabras de Beckett. Es su “fracasa otra vez, fracasa mejor”. Por alguno de esos fracasos, por alguno de esos presentes inesperados ante los cuales no sabemos muy bien qué hacer, merece la pena vivir, sentir, experimentar un ahora que ya jamás volverá a repetirse.

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