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Presente continuo (semana del 10 al 16 de noviembre)

VIERNES 10 / Cansado
Te levantas en Madrid con resaca. Como todos los viernes. Es el día del dolor de cabeza. Escribes rápidamente el “Presente continuo” mientras desayunas en La Central. Compras tres libros sobre Hopper para la conferencia del próximo martes. Acabas justo para llegar a la comida con L. en Sudestada. L. te había hablando tantas veces del restaurante que estabas deseando encontrar una excusa para almorzar allí. Merece la pena. Aunque pedís demasiado y salís cansados y hasta arriba de comida. También algo hasta arriba de Caipiriñas.
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Descansáis unos minutos en el hotel y asistís a la presentación del libro de A. en Tipos Infames. Allí te encuentras con A., N. y J. y más amigos. Tenías ganas de verlos. Y te alegra mucho estar con ellos. Pero rápidamente te das cuenta de que esta no es tu mejor noche. Estás cansado. Más de la cuenta. Tu cuerpo tiene límites. Tomáis unas copas  en La Realidad y después acabáis en el Wurli. De nuevo, te ves rodeado de barbas. N. dice que esto parece Islamabad. Y no le falta razón. Te vas pronto a la cama y antes de dormir te tomas una pizza que sabe a gloria.

SÁBADO 11 / Regreso
Despiertas bien. Conforme abres los ojos agradeces haber sabido irte temprano –las cuatro; temprano para ti– a dormir. Siempre te quedas hasta el final. Pero a veces también hay que saber irse. Al día siguiente el cuerpo lo agradece. Eso es lo que ocurre hoy. Apenas te duele la cabeza y estás pletórico. Desayunáis rápido y pasáis por el aperitivo de la editorial Salto de Página. Allí conoces a varios autores de la editorial. Coméis un sándwich rápido y tomáis el tren de vuelta a Murcia. En el trayecto lees de un tirón el libro sobre Hopper escrito por el poeta Mark Strand. Es un libro bello, que estaba esperando a ser leído en este momento. Tan bello como las obras de las que habla. Llegas a las nueve, sudado, cansado y con el tiempo justo para llegar a casa de tu hermano E. a una cena familiar con tus sobrinos y resobrinos. A las doce y media ya no eres persona. Cuando vuelves a casa caes redondo a la cama. Ni siquiera sueñas.
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DOMINGO 12 / Palacio de cristal
Por la mañana te cuesta abrir los ojos. Te pesas. Tres kilos más. Demasiada comida has metido al cuerpo estos días. Por la tarde lees. Sigues con Los huérfanos, de Jorge Carrión. Te gustan sobre todo las reflexiones sobre la memoria y la representación del pasado. Vas subrayándolo casi como si fuera un ensayo. Seguirás varios días más con él y escribirás aquí con más detenimiento.
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En la televisión, las noticias sobre el ébola han cambiado de signo. Ahora todo va a mejor. Al menos para España. Parece que el brote está controlado. Imaginas que en breve el ébola desaparecerá de las noticias, de Twitter y de las conversaciones. Y sin embargo seguirán muriendo miles de personas en África. Pero eso será una anécdota. Como siempre. Aquellos muertos duelen menos. O simplemente no duelen nada. Están lejos. Son invisibles. Sólo importan si nos afectan. Si son peligrosos. Si se acercan y trastocan el equilibrio perfecto de nuestro palacio de cristal.

LUNES 13 / Virus
Te levantas temprano y escribes. Consigues terminar la tercera parte de la novela. Por fin. Te ha costado más de lo que imaginabas. Ya te vas acercando más al final. Queda el treinta por ciento.
R. ha pillado un virus y no para de vomitar. Tiene que venir el médico a casa para atenderla. Mientras la trata haces un chiste y le dices que si no será el ébola. No parece hacerle ninguna gracia y te mira con mala cara. Poco a poco la fiebre le va bajando y el vómito se contiene. Y entonces empiezas tú. Diarrea y dolor de cabeza. Y también algo de fiebre. Duermes mal y tienes pesadillas que no recuerdas.

MARTES 14 / Dormitar
Te levantas con fiebre. R. está mejor y ahora eres tú el que se queda todo el día en la cama. No te duele demasiado el estómago, pero te duele todo lo demás, sobre todo la cabeza. Y no te concentras para hacer nada. Cancelas la conferencia sobre Hopper. No estás en condiciones ni de hablar ni de poder acabarla dignamente. Al llegar la noche te das cuenta de que el día de hoy ha sido absolutamente en blanco. Ni una línea de escritura ni de lectura. Acabas frustrado.

MIÉRCOLES 15 / Espeso
Aunque no estás del todo bien, vas a clase temprano y hablas sobre Winckelmann y los inicios de la historia del arte moderna. Estás espeso. Lo notas. Nada te sale. Después, varias tutorías y una entrevista en La Opinión sobre el premio Ciudad de Alcalá. Sientes que tampoco estás muy lúcido y hay ciertas cosas que dices que luego piensas que tendrías que haber dicho de un modo diferente. Te hacen fotos e intuyes que tampoco saldrán demasiado bien.
Comes solo en casa y duermes una siesta. Parece que te hubieran pegado una paliza. Te quieres poner a revisar la novela cuando te levantas, pero te das cuenta de que tienes que preparar las clases del día siguiente. Y lees varios libros sobre Winckelmann y su relación con el deseo homoerótico.
Ves un episodio de The Strain. A R. ya le ha cansado. A ti te sigue gustando. Es casi un guilty pleasure, pero te lo permites. Antes de dormir, lees unas páginas de El idioma materno, de Fabio Morábito y te quedas fascinado. Un descubrimiento de libro, lleno de reflexiones hermosas sobre la escritura y los libros.
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JUEVES 16 / Lo que a nadie le importa
Despiertas cansando y aún con algo de fiebre y pesadez en el estómago. Confías en que se pase a lo largo del día. A las nueve, dos horas de Teoría de la Historia del Arte. Te demoras en Wincklemann y observas cómo en un principio la subjetividad del historiador, su deseo, estaba presente en el texto y sólo más adelante fue eliminado progresivamente de la escritura, convirtiendo al historiador del arte en una especie de engendro mecánico objetivo. Abogas por una Historia del Arte subjetiva, afectiva, que incorpore el deseo y la nostalgia, que haga presente al sujeto que está detrás del texto. Hace tiempo que acabó el tiempo de la impostura. Hay que mostrar la cartas desde el principio.
Tras las clases, estás de tribunal en un trabajo de fin de grado que has tenido que volver a leer. Después, tienes varias tutorías de prácticas y atiendes varias solicitudes de alumno interno. Terminas a las doce y media y te encuentras con S., que presenta su libro esta tarde. Tenías muchas ganas de que viniera a Murcia y de volverlo a ver. Es uno de los escritores que más admiras. Y su último libro es gran literatura. Lo que a nadie le importa es una de las mejores novelas que se han escrito en este país en los últimos años. Así de taxativo te muestras. Porque sabes que es verdad. Conociste a S. en Venezuela después de haber leído La hora violeta y acabar con los ojos humedecidos y el corazón encogido –es un libro terrible y bello–.Y allí te pareció un gran tipo. Querías abrazarlo desde el primer momento. Inteligente, lúcido, divertido, buena gente de verdad. Te alegras de que los buenos libros los escriban de vez en cuando buenas personas. No siempre ocurre esto, pero cuando sucede es algo muy digno de celebrar.
Coméis con L. en el Pura Cepa y F. os prepara un arroz caldero tremendo. Tomáis un vino que probablemente es de lo mejor que has probado nunca. El Sequé. Delicioso. La botella cae como si fuera agua. Habláis de libros, premios, agentes y editores. S. es lúcido y fino. Aprendéis. Y también os dais cuenta de lo lejos que está Murcia del mundo de la literatura.
Después, S. sale a una charla previa a la presentación y tú vas a casa unos minutos a recoger el material para el evento. Es a las ocho en AB9. Te pones el chándal bolivariano como homenaje a S., a Venezuela y al papel que este bello país tiene en su novela. Hace calor, pero lo soportas. Todo sea por la performance.
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En la presentación te encuentras cómodo. Es más densa que en otras ocasiones, porque le formulas preguntas de contenido teórico y literario que no pueden ser respondidas a la ligera. Pero S. siempre llega a la respuesta precisa. Al final se te pasa la hora volando y cuando te vienes a dar cuenta ya hay que clausurar el acto. Tomáis después unas cervezas en la puerta con más amigos y cenáis en el Parlamento Andaluz. Se une al grupo más tarde B., que viene de Madrid para el congreso del Cendeac. Tras la cena, J. os lleva un momento a la Fundación Newcastle y disfrutas viendo a S. fascinado. Os tomáis allí unas botellas de vino y os dirigís a por las últimas copas al Bizz’art. R. os deja subir al reservado y allí, sin el bullicio de la música, seguís la conversación con la copa en la mano. Cuando os venís a dar cuenta el bar está vacío y están cerrando.
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Hoy el tiempo se pasa demasiado rápido en todo momento. Y sin embargo es denso; intentas apresarlo. Al despedir a S. también adviertes que todo ha sido un instante, apenas nada; pero que han quedado huellas, y que las huellas reverberan. Como todo lo que sucede después, en la nebulosa de la ebriedad, donde los tiempos y las imágenes se convierten en fogonazos que perforan la retina y se quedan ahí para siempre, en una especie de lugar mítico al que algún día quizás tengas que acudir para recordar que hubo tiempo en el que vivir mereció mucho la pena.

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