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Diario de Ithaca 3 (Prefería no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. Escuchar el podcast AQUÍ (Mins. 25'-31')]



Dos kilos más esta semana. Desde que llegué aquí no he parado de engordar. También la piel se me ha llenado de granos. Quizá sea que no como bien o que me masturbo demasiado –tampoco tanto; lo justo; dos o tres veces a la semana; no mucho más–. Aunque pienso que en realidad todo se debe al estrés. No me había dado cuenta hasta ahora. Vivo estresado. A pesar de todo, de estar aquí, en medio del bosque… en este paraíso intelectual. Sin duda, sí, es el estrés. Una especie de estrés interior. Y creo que el inglés tiene parte de culpa. No hay manera de acostumbrarse a él. Siento que pierdo pie cuando tengo que comunicarme. Quisiera ser brillante, incisivo, simpático e irónico. Y tengo que conformarme con articular cuatro simples fórmulas comunes. Esto me rompe por dentro. También me devora la responsabilidad de estar en Cornell. La necesidad de intentar en cada minuto demostrar que no se han equivocado con la beca y que sirvo para estar aquí.

Hay momentos en los que me vence la pereza y pienso en lo a gusto que estaría en casa, en mi idioma, con los míos, disfrutando de ese universo a medida que a lo largo del tiempo he logrado construirme. Allí todo es fácil. Aquí, en cambio, me siento como arrojado a un lugar que aún no me pertenece. Comienzo a habitarlo, sí. Pero aún estoy lejos de haberlo construido. Aquí no soy sino una pieza más de una maquinaria que jamás podré llegar a controlar.

Algunos días la presión es fuerte y no puedo evitar encoger el cuerpo como un niño y decir entre dientes “ay, yo quiero irme a mi casa”. Pero enseguida me recompongo, finjo que todo esto es importante, que es un gran aventura, que soy un privilegiado y que merece la pena esfuerzo. Eso me digo. A veces me convenzo. Otras, no tanto.

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Salgo de viaje hacia Washington. Colaboro en el proyecto Art in Translation y esta semana nos encontramos en la National Gallery. Por alguna razón, viajar cuando uno ya está fuera es diferente. Es irse aún más lejos. Uno siente cada movimiento del cuerpo, cada traslado, como un alejamiento constante de un hogar que ya no se  habita.

El aeropuerto de Ithaca es mínimo. Doméstico. Es como volar desde tu sala de estar. Sin duda, Marc Augé no pensaba en esto cuando cuando hablaba de los no-lugares. Al llegar a Washington me doy cuenta de que en estos meses realmente he estado viviendo en un pueblo. La ciudad me desborda. El tránsito de la gente en la calle, los edificios, el tráfico… tengo que pararme unos segundos para asumirlo.

Es una escala diferente. En Ithaca, las casas de madera. Aquí, los grandes edificios. Todo es monumental. Más allá de lo humano. Es la forma que tiene el poder de afirmarse. Imponiendo su presencia más allá de nuestra capacidad de asimilarlo. Aun así, la ciudad me gusta. Pienso que podría vivir aquí. Quizá tengo demasiado presente en la cabeza House of Cards y Washington me parece una película. En la tarde libre no puedo aguantarme y me acerco a la Casa Blanca. Quiero verla de cerca. En este mundo en el que todos los centros de poder supuestamente se han deslocalizado todavía quedan algunos. La Casa Blanca es, sin duda, uno de ellos.

Llego y hago la foto en el lugar icónico. Pienso en lo que significa hacer esa foto. Quiero llegar justo al lugar para tenerla. No vale la esquina, no vale otro punto de vista que el de la imagen icónica. Y pienso que quizá todos somos parte de una gran foto y que vamos buscando encuadres para reconocernos en la imagen. Cuando llego a la perspectiva justa, tomo la foto y observo el mundo desde allí. Hacer la foto es lo de menos. Lo realmente importante es que todo es una escena. Aunque no llevara el móvil. Yo buscaba un punto de vista, buscaba una foto, no un edificio.




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En el seminario, tengo una ardua discusión metodológica con Serge Guilbaut. Aprendí Historia del Arte con sus libros. Es uno de los mas grandes. Y sin embargo, en lugar de aceptar su propuesta sin más, se me ha ocurrido matizarla y criticarla. En mi inglés desastroso. Conforme hablaba me poseía una cierta sensación de irrealidad. Qué impertinencia, discutir de tú a tú con Guilbaut como si nada. Cronología o anacronismo. Los jóvenes ya no tienen respeto por sus mayores. Y al final, sin embargo, tan amigos. Hemos tenido un desacuerdo, ha dicho después en la cena, pero me ha gustado la discusión. En ese momento he pensado enviarme un Whatsapp a mí mismo, a mi otro yo, ese que a veces vive en su mundo, y decirme: “no te lo vas a creer, colega, acabo de discutir con Guilbaut. Qué cosas, eh?”.

Escribo todo esto –lo susurro al micrófono–  desde el hotel Liaison, casi al lado del Capitolio. La cama es más grande que mi sala de estar en Ithaca. Estos lujos como invitado jamás puedo pagarlos cuando viajo de cuenta propia y me alojo en hostales baratos. Puedo dormir en cualquier lugar. Pero es cierto que estas noches de lujo se agradecen. Sobre todo cuando está uno agotado. Como ahora, cuando después de exprimir las neuronas comienzo a notar el peso de los párpados y la cabeza apenas funciona.

Estaría más cómodo en casa, por supuesto. Allí todo es más fácil. Pero estos momentos… La vida, como la verdad, también está aquí fuera.

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