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Diario de Ithaca 12 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 28/12/15. 

Llego a Murcia en el tren de las nueve. Me espera Raquel. Hace un mes que me fui. Todo está igual. Ella también. Parece que ha sido un parpadeo. Caigo a la cama rendido y duermo hasta la noche del día siguiente.

El martes por la tarde Tatiana lee la tesis. Sobresaliente cum laude. Celebramos hasta altas horas de la madrugada. Toco el piano en El Albero.

Al día siguiente, cansado, conferencia en Filosofía. Me siento cómodo y salgo airoso. Más de lo que había imaginado. Almuerzo con Christian y Leo y regreso a casa temprano.

Duermo en el tren camino de Barcelona. Leo me acompaña. Por la tarde es la presentación. Comemos con Jordi y hablamos de literatura. Me fio de su opinión sobre mi novela. Es sincera. Y eso es mucho.

En la presentación, Juan Soto me entrevista y yo intento responderlo todo. Creo que no estoy demasiado lúcido. Comienzo a sentir que estoy sudando y me pongo nervioso. Hay una fuerza invisible que me impide disfrutar del todo. No sé lo que es.

Lo que viene después es otra cosa. Encuentros, reencuentros, desvirtualizaciones… Amigos de antes y ahora. Todo es hermoso. Se acuña el término “Generación Morcilla”. Álvaro Colomer dice que los murcianos le van a joder el hígado. Y la noche se alarga hasta que ya no queda nada abierto. En la oscuridad acariciamos el instante de peligro. Y yo regreso al hotel pensando de nuevo en que la novela no cesa de buscar caminos para hacerse real.

Duermo en el tren. Y llego descansado. Al día siguiente reencuentro a mis hermanos en el Yeguas. Hablamos de política. Es de lo único que se habla en estos momentos. El domingo voto. Me quedo un momento parado frente a las papeletas. Soy un indeciso. Pero al fin decido hacerlo. Voto inútil. Una vez más.

El lunes, otra tesis. Rocío. De nuevo, máxima calificación. En la comida desvelo que hay una frase suya en la novela. Una de las más brillantes. Confieso que soy un vampiro de experiencias, que siempre estoy escribiendo, incluso cuando no lo hago.

Por fin, la presentación en Murcia. Llego casi sin tiempo al Hemiciclo. Y allí sí que me encuentro a gusto. Es un momento de intensidad. Amigos, familiares, lectores. Respondo con lucidez las preguntas de Manolo y Leo. Podría estar hablando hasta el fin de los días. Podría habitar ese momento mágico en bucle, una y otra vez, y jamás me cansaría.



Después, como no podría ser de otro modo, la noche se alarga. Comemos, hablamos, bebemos, nos abrazamos. Hay una secreta comunión entre todos los que estamos allí. Me siento dichoso por formar parte de ella. Y en un momento determinado comienzo a verlo todo con distancia. Intuyo que es una modo de autoprotección. Demasiado placer también nos desestructura. Al final de la noche, la novela consigue llegar a la realidad.

De regreso a casa, cuando camino por las calles de Murcia con el sol ya sobre mi cabeza, comienzo a pensar que aquí, en esta felicidad, hay también un fin. Siento claramente que algo acaba. Es un fin de fiesta. Necesito sentarme, leer, escribir, reposar… Necesito regresar a Ithaca. Jamás pensé que lo diría.

Miro hacia atrás, miro hacia este año hermoso y lleno de magia. No puedo pedir más. Miro al presente, a este preciso momento y me doy cuenta de que sigue todo aquí. La carroza no se ha convertido en calabaza. El cuento de hadas continúa. Nada se desvanece. La ilusión no es mera ilusión. Todo es real. Y sin embargo siento que es preciso parar. Frenar. Regresar a casa. Y no hacerlo porque los sueños se hayan roto, sino todo lo contrario, hacerlo precisamente porque siguen aquí, para cuidarlos, para preservarlos, para volverlos a soñar cuando sea necesario.



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