Ir al contenido principal

Propiedad intelectual

Con el calor se me han secado las neuronas y no sé de qué escribir. Además, después del escándalo de la SGAE, me entran ganas de dedicarme a otra cosa. No quiero formar parte de ese mundo de burócratas de la cultura que, al final, sólo buscan lo que buscan. La cultura de la pela. Y la cultura se la pela. Pero es que, además, uno lo piensa y la cosa no tiene sentido alguno. Intentar controlar los flujos de la actividad cultural en mundo mediatizado como el que vivimos es como intentar coger agua con las manos, una imposibilidad absoluta. Y ante eso, ante la imposibilidad de controlar lo incontrolable, lo único que queda es la arbitrariedad y el azar.

La ley de propiedad intelectual parte de la premisa de que hay cosas originales, que uno crea de la nada y que las ideas pertenecen a sujetos individuales. Eso, desde luego, es ignorar que somos sujetos híbridos, formados a través de un sinfín de identificaciones con modelos exteriores. Nada en nosotros, absolutamente nada, es original. Pensamos y actuamos según un lenguaje heredado. Nuestros criterios, prejuicios y saberes están dados siempre de antemano. Si tenemos esto claro, seguir creyendo en la autoría, original y pura de las cosas roza la tontería absoluta. Pensar que uno puede crear ex-nihilo es tener una visión teológica, romántica e ingenua del acto creativo. Un acto que deberíamos llamar “re-creativo”, tanto por lo lúdico, como porque parte siempre de una realidad anterior que nosotros sólo postproducimos.

Si no hemos llegado a comprender esto, corremos el peligro de comenzar a acechar por las esquinas para ver si alguien utiliza nuestras melodías. Es lo que ocurre con la SGAE. Aunque yo propongo que se vaya más allá, que los músicos comiencen a pagar cánones a los herederos del que inventó el pentagrama, al de la clave de sol y al del Fa Mayor. Y los cineastas, cada vez que monten una película, que paguen a la familia de Griffith. Y, por supuesto, al primero que hizo un plano secuencia, al del primer plano y al que puso el nombre en la silla del director.

Comentarios

  1. No se puede explicar mejor, Miguel Ángel; coincido totalmente.

    "La ley de propiedad intelectual parte de la premisa de que hay cosas originales, que uno crea de la nada y que las ideas pertenecen a sujetos individuales."

    Éste es el meollo, no las cuestiones legales, que sólo sirven para eludir el auténtico debate.

    ResponderEliminar
  2. Coincidiendo en el "nihil novum sub solem" tb creo pertinente declarar que "it´s in the way that you do it".

    No me paguéis derechos de autor por lo que hago, sino por cómo, cuándo y dónde lo hago.

    Por cierto, entre los clientes del despacho se cuentan la SGAE y EGEDA... una pena no poder contaros algunos de los pleitos que les llevamos.

    Como ya os he dicho los pecadores, imaginad los pecados vosotros, que sóis gente de imaginación.

    ResponderEliminar
  3. Me interesó eso de la "re-creación" y coincido contigo, nada es original del todo. Me gusta decir este ejemplo: quien "inventó" la lanza tuvo que usar "descubrimientos" de otros como del que se percató que golpenado la piedra se podía tener una piedra filosa; de aquel que se percató que una vara podría usarse como extensión del brazo; como del que se percató que ciertas fibras vegetales trenzadas servían para sujetar firmemente objetos; etc. Imaginate que todos ellos hubieran "patentado" su "ideas originales" pues hoy, seguiriamos siendo un mundo de recolectores medios erguidos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario