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El tiempo perdido

El último episodio de Perdidos fue un evento de una magnitud completamente nueva en la historia de la televisión, con una expectación sólo comparable a la levantada por una final del Mundial de Fútbol. Millones de personas no durmieron o se levantaron a las seis de la mañana e incluso faltaron a su trabajo para ver cómo acababa la vida en la Isla. Y el final parece que no ha dejado a nadie indiferente. Desde entonces han surgido los «perdidófilos» y los «perdidófobos», es decir, los que han disfrutado con el desenlace (yo estoy entre ellos) y los que han sentido que estos seis años han sido de «tiempo perdido». Más allá de las razones que puedan tener unos u otros, estos posicionamientos (en muchos casos, extremos) son síntoma de que nos encontramos en una nueva época en la historia del entretenimiento.

Una de las cuestiones por las que muchos se han sentido defraudados ha sido porque los guionistas no han seguido sus opiniones. Después de años de verter teorías en Internet, parece que no ha habido la «retroalimentación» necesaria para que la serie crease un desenlace a la medida del espectador. Sin duda, vivimos en la época de la interactividad. Creamos incluso nuestras propias estrellas del pop en programas tipo Operación Triunfo. Nos hemos creído que podemos elegir cómo son las cosas. Y, en cierto modo, esa ilusión estaba implícita en Perdidos, donde también había mucho de «Supervivientes», ese Gran Hermano de la Isla. El futuro seguramente irá por ahí. No deberemos extrañarnos si las en las próximas series el desarrollo comienza a ser «decidido» por el espectador.

[Publicado en La Razón, 27/05/10]

Comentarios

  1. No he visto Perdidos. Ni el final, ni el principio, ni un minuto. Haciendo un juego de palabras fácil, estoy en condiciones de afirmar que me la he perdido. Así que opino en general y sin conocimiento de causa.

    Aunque suene un poco antiguo, yo soy de los que todavía piensan que en toda obra narrativa existe un pacto tácito entre el narrador y el espectador, ya sea televidente, cinéfilo o lector. En ese pacto, el narrador pone las reglas y el espectador se limita a aceptarlas o no aceptarlas. Si no las acepta, normalmente deja de ser espectador. Lo único que el espectador puede hacer es exigir el cumplimiento de estas reglas, y lo mínimo que el narrador debe hacer es cumplirlas. El cumplimiento de estas reglas es lo que podríamos llamar coherencia interna de la obra.

    A lo mejor lo que ha ocurrido aquí es que el narrador no respetó del todo esas reglas. O que tal vez hubo gente que no las entendió del todo bien. No lo sé, ya digo que no he visto la serie

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  2. Leandro, algo de eso que comentas del pacto tácito es lo que hay.

    O lo que ha faltado.

    Pq sí que es cierto que los espectadores aquí solo vemos y no decidimos, pero tb es cierto que cuando nos dan lo que nos gusta la cosa tiene éxito y si no se acaba en cuatro capítulos.

    Mucha culpa del éxito de "Perdidos la tienen lso personajes, desde luego, pero si me los despojas de la trama con mil giros, misterios, dudas entre fantasía y realidad, el más acá y el más allá... pues la serie desaparece.

    Y el problema es que algunos de esos misterios han quedado resueltos de forma magistral, algunos incluso dedicándoseles un capítulo íntegro, a modo de iterludio en la trama general, y algunos nos preguntamos "¿pq esto sí me lo explicas y eso no?".

    Y es que el espectador de "Perdidos" creo que s clasifica en dos grandes géneros: el enganchado por la trama y el enganchado por los personajes.

    Este último es el que ha quedado contento, satisfecho, pues en ese sentido sí que han quedado atados todos los cabos sueltos en el últio episodio.

    Los que cada semana esperábamos saber qué pinta un oso polar en una isla tropical, pq hay una estatua egipcia a la que le faltan dedos en un pie o como hace 2.000 años en una isla del Pacífico podía haber una señora hablando latín... pues esos estamos profundamente insatisfechos, pq nuestro pacto tácito ha quedado a medias.

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