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Presente Continuo 7


VIERNES 11
Los libros de los otros.
Te levantas temprano para escribir, pero no estás lúcido. Rápidamente te das cuenta de que hoy no es día de avanzar, sino más bien de planificar, de repensar, de tomar cierta distancia sobre lo que llevas escrito y ver por dónde seguirás ahora. Sobre la mesa tienes una pila de libros que manejas de vez en cuando para ver cómo los demás encuentran soluciones a problemas que a ti también te surgen. A veces los abres como el mecánico que levanta el capó de un coche, para ver el engranaje: para comprender cómo logra Auster pasar de una historia a otra, cómo mantiene la tensión de la prosa Gonçalo Tavares, cómo trata los tiempos Menéndez Salmón, cómo organiza la novela Patricio Pron…  Los lees con ojos de escritor, para saber cómo los escritores que admiras hacen funcionar una obra. Escribir, piensas, es también leer de ese modo, analizar, desmontar, examinar los libros de los demás. Con esa técnica, incluso te sirven las malas novelas. De hecho, casi más que las buenas, porque muchas veces los libros malos dejan al aire las costuras y se les ve el esqueleto. En ocasiones, la mala narrativa es buena como herramienta de trabajo. Te muestra “cómo no hacer las cosas”.

Cuando comienza a anochecer, sales a correr con J. Es la primera vez que corres con alguien. Y todo es distinto. Aunque apenas puedes hablar, la sensación de ir acompañado, de poder escuchar al otro, o incluso de poder proferir algo con la respiración entrecortada, hace que te olvides de lo que cuesta mover un cuerpo como el tuyo. Un cuerpo grande y pesado que se clava en el suelo a cada salto. No estás hecho para el deporte. Aun así, hoy has batido tu propia marca. Ochocientas cincuenta calorías en una sesión. Luego, el sudor no remite hasta bien entrada la noche. Y casi no puedes dormir de la excitación. Incluso piensas en levantarte a media noche para seguir corriendo.

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