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Presente Continuo 3 - 8 enero

[Diario personal publicado semanalmente en La Opinion de Murcia]

VIERNES 3
Atrincherado
Se te ha echado el tiempo encima. El día 8 tienes que entregar un artículo sobre las bienalización del arte para Revista de Occidente y no has podido aún ponerte con él. La novela te ha tenido entretenido y no ha dejado espacio en tu cabeza para otra cosa. Pero ya no hay tiempo que perder. Así que, tras hacer una prospección por las estanterías de tu biblioteca, comienzas la mañana haciendo un despliegue de libros y documentos sobre la mesa. Durante las últimas semanas te has hecho con todo lo que creías que podría ser interesante para tu artículo, lo has ido archivando y ahora ha llegado el momento de ponerlo frente a tus ojos. Cuando miras todo lo que tienes, te sientes abrumado y te entran los nervios. Ni en varios meses tendrías tiempo de leer y procesar todo eso. En una semana apenas te dará tiempo a hojearlos y poco más. Leer algún capítulo, buscar la información importante, centrarte en lo más relevante… Aunque sabes que no vas a poder leerlo todo, te gusta rodearte de los libros, casi como si confiaras en que te van a transmitir algún tipo de conocimiento simplemente por tenerlos a tu lado. Quizá por eso levantas una pila de libros alrededor del ordenador y metes la cabeza entre ellos, como si te hubieras construido una especie de trinchera simbólica desde la que poder pensar. Esos pequeños rituales te ayudan a escribir.

Pasas todo el viernes encerrado entre libros y apenas sales media hora a correr para ver la luz del día y despejarte. Después, vuelves y sigues hasta la madrugada. Trabajo continuo.

SÁBADO 4
Ermita
Sales a correr temprano para intentar bajar lo que vas a comer un sábado más en el Yeguas. Le prometiste a L. que lo ibas a llevar y, como ha terminado su novela y quiere celebrarlo, cumples tu promesa. Rápidamente se integra entre los huertanos. Coméis conejo frito con patatas y ves cómo disfruta con la comida. A las doce y media ya estáis bastante contentos y tu hermano P. insiste en llevar a L. a ver la ermita de la Virgen de la Huerta, que está apenas a unos minutos de allí. Tu hermano la muestra como si fuera su casa. Siempre te ha hecho gracia lo orgulloso que está de ella. Es como un pequeño tesoro en medio de la huerta. Igual que la Virgen, que tu él mismo hizo cuando tenía quince años y que ahora incluso parece que va a llegar a convertirse en patrona de los agricultores murcianos.

Mientras L. ve la ermita, tú subes al órgano de tubos e improvisas algo hasta hacer una versión libre del Tubular Bells de Mike Oldfield. Mientras lo haces, recuerdas que durante mucho tiempo fuiste organista allí, y que antes fuiste monaguillo, y que abrías todos los domingos la ermita, y que tocabas las campanas, y que ibas para cura si no hubiera sido porque te gustaban mucho las mujeres y que la tentación jamás la has podido aguantar –y porque después comenzaste a verlo todo menos claro, y porque ahora crees lo justo y a veces un poco menos–. Pero cuando entras en la ermita parece que todo lo anterior revive y por un momento haces como que crees –o quizá sea que en el fondo algo sigues creyendo–.

Después del concierto de órgano, volvéis al Yeguas. L. quiere probar el morro y la carne a la brasa. Y seguís comiendo y bebiendo hasta que vuestros cuerpos comienzan a oponer resistencia.

Llegas a tu casa con el tiempo justo para salir para Nueva Condomina. Ves el Murcia con un dolor de cabeza tremendo. Pasas algo de frío en el campo. Ni siquiera te importa que el Murcia acabe perdiendo. Quieres llegar a casa y acostarte.

DOMINGO 5
Reyes Magos
Te sientes algo resfriado. Pasas todo el día encerrado en el despacho leyendo para el texto sobre las bienales. Todavía no tienes ni idea de lo que vas a escribir. Simplemente tomas notas de lo que lees. Te vienen cientos de ideas a la cabeza sobre artículos que podrías escribir si tuvieras tiempo. Te das cuenta de que es un tema apasionante. Pero ahora no hay tiempo de explorarlo a fondo. Tienes que buscar algo concreto para poder afrontar el texto y entregarlo en su fecha. Has comenzado demasiado tarde. No has sido previsor.

Tampoco has sido previsor y has olvidado comprar un regalo de reyes. Vas a Murcia confiando en que la tienda esté abierta. Pero no sólo no lo está, sino que la han quitado hace algún tiempo. Te entra la ansiedad y no puedes evitar comprar un roscón. Cuando llegas a casa, cortas un poquito para probarlo y ya no puedes dejar de comer. Es como si tuviera algún tipo de droga. Antes de que llegue la noche, lo has devorado prácticamente entero.

Intentas convencer a R. para que os deis los Reyes Magos esa noche. Nunca os ponéis de acuerdo. En su casa llegaban el día 6 por la mañana. En la tuya llegaban el 5 después de cenar. Recuerdas la emoción que sentías. Y recuerdas también que, a una edad temprana, comenzaste a tener sospechas de que en todo aquello había algo raro porque tu hermano siempre llegaba algo tarde después de los regalos. Una noche te escondiste detrás de una pared y viste allí a tu hermano atar con cuerda los regalos a la ventana. Porque en tu casa los reyes dejaban los regalos atados con hilo palomar y colgados de la ventana. Pero tú no sentiste ninguna decepción. Sino todo lo contrario. Recuerdas que aquello te pareció mágico y fascinante. Descubrir que los reyes no eran los reyes sino que eran tus padres y tus hermanos te resultaba mucho más hermoso. Al fin y al cabo eso significaban que todos aquellos juguetes te los había traído la gente que querías, y sobre todo, que algún día tú serías también el depositario de esa especie de magia que producía felicidad.

Esta noche, los Reyes te traen libros y películas. Son libros y películas que tú podías haber comprado en cualquier momento, pero que ahora tienen un significado especial, mágico. Y es que ese objeto es mucho más que un objeto en sí. Tiene un contenido invisible que va mucho más allá de la simple mercancía. De algún modo, el objeto, no importa cual sea, es un símbolo, un ofrecimiento a cambio de nada. Cuando uno regala se abre al otro, se expande. El don no es una pérdida sino una plenitud, es una de las mayores formas de amor. Quizá por eso nos gusta regalar, porque es una manera de materializar el amor –aunque también es cierto que esa materialización se convierte hoy demasiadas veces en puro materialismo–.  


LUNES 6
Resfriado
Dolor de cabeza, mocos y fiebre. El resfriado ha vuelto a ocupar tu cuerpo. Afortunadamente, esta vez te permite pensar y puedes seguir trabajando. Sigues con el texto de las bienales, leyendo y tomando notas. Aún no sabes qué vas a escribir.

Al mediodía vas a la huerta a llevarle los Reyes a tu ahijado, el hijo de tu sobrino J. Lo que más le gusta es el pequeño peluche de oso panda que le trajiste de China y aún no habías tenido la oportunidad de dárselo. Como padrino, eres lo peor. Lo sabes.

Por la noche, ves el segundo capítulo de Sherlock y te decepciona. Es una serie prodigiosa que esta temporada, sin embargo, se ha convertido en una especie de imagen de sí misma. Un manierismo en el que cada secuencia y cada frase parece hecha sólo de cara a la galería, consciente de que el verdadero éxito de la serie ha sido el fenómeno fan en Internet.

MARTES 7
“Vuelta” al trabajo
Fin de las “vacaciones” . Primeros exámenes de enero. Se presentan pocos alumnos. Lo pones fácil. Ya casi no les quedan convocatorias. Mientras vigilas el examen, comienzan a llegar e-mails solicitándote textos y papeles que tienes que entregar. Intuyes que la cuesta de enero va a ser demasiado larga.

Por la tarde, encerrado entre libros, empiezas por fin a ordenar las ideas sobre la bienal y comienzas a escribir. “La bienal como obra de arte total”. Ya tienes tema. Recopilas todas las citas, cortas y pegas las notas que has tomado y empiezas poco a poco a darle forma a todo. Acabas de madrugada y algo mareado. Has estado casi ocho horas sin levantarte de la silla. Después, tienes pesadillas

MIÉRCOLES 8
El texto infinito

Es el día de entrega del artículo y ahora que sientes que la cosa comienza a fluir y disfrutas con lo que haces te gustaría tener al menos una semana más para dar forma a lo que tienes en la cabeza. Siempre ocurre igual: acabas frustrado. Pocos textos has terminado de los que te sientas absolutamente orgulloso. Si por ti fuera estarías siempre dándole vueltas y buscando más lecturas hasta completar lo que falta. Sería el texto infinito. Y quizá en el fondo lo es. Quizá todo lo que publicas no son otra cosa más que fragmentos y pequeños esbozos de un verdadero texto que sería la suma de todos los textos que has escrito y estás por escribir. Eso al menos es lo que piensas para consolarte mientras intentas poner fin de la manera más digna posible a lo que tienes que entregar en unas pocas horas.

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