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Maletas para un año

Llevas unos días queriendo escribir esto. No sabes cómo hacerlo. O mejor, no tienes tiempo para hacerlo. En unas horas saldrás para Ithaca. Un curso académico. De agosto a junio. Un año casi. Aún no eres consciente de lo que significa. Un cambio radical. Dejas Murcia, dejas a la familia, dejas a los amigos, dejas tantas y tantas cosas... Pero es un año. No es tanto. Apenas nada. O demasiado, según se mire. Un año a veces vale por una vida entera. Y en ocasiones incluso por mil.

Estás nervioso y, al mismo tiempo, ilusionado. Se abre una nueva etapa. La universidad de Cornell. La Society for the Humanities. Una beca para investigar sobre los usos del tiempo en el arte contemporáneo. Un contexto inmejorable para estudiar, leer y escribir. Y escapar así de todos los compromisos que has ido adquiriendo. La mejor excusa para decir que no a lo que no quieres hacer. Lo que llevas buscando desde hace años: tiempo para poder trabajar en lo que más te gusta. Pero también responsabilidad. Mucha. Y desafíos. Constantes. El mayor: el inglés. Hablar inglés, que siempre se te ha atragantado. Escribir, escuchar, dar conferencias en inglés. Una pesadilla. Pero esperas que esta vez sea la definitiva. De esta no pasa, te dices. Esta vez acabo hablando inglés, por mis cojones, piensas.

Metes en las maletas ropa para un año, libros para un año, ilusiones para un año. Después de un tiempo sin apenas escribir ensayo y centrado en la narrativa, este curso vas a volver a la Historia del Arte. Te apetece. Aunque no sabes si también escribirás narrativa este año. En principio no es tu intención. Pero sabes que acabarás cayendo en la tentación. Los fines de semana, las noches largas e insomnes... no vas a poder escapar. Además, ya llevas un nueva novela en la cabeza.

Lo que sí tienes claro es que apenas vas a leer narrativa en español. Es lo que más has leído en estos últimos años. Novelas y cuentos. Ficción. Dos o tres libros por semana. Ahora no podrás permitírtelo. Sólo leerás en español los ensayos para tu investigación. Y la narrativa intentarás leerla en inglés. Como puedas, porque aún te sigue costando trabajo disfrutar con la ficción en inglés. Pero sabes que es la mejor manera de mantener la mente en ese idioma. Y también de descubrir autores que aún no se han traducido.

También dejarás las colaboraciones en el periódico. Se acabó el Presente continuo y ahora se acaban las reseñas de libros. Quizá continúes aquí, en el blog, posteando de vez en cuando –sin día fijo– lo que te va sucediendo. En este tono, en segunda persona, como si fuera una segunda parte del Presente continuo. Pero sin periodicidad, sin la presión de tener que entregar las cosas en un día concreto. Sólo aquí, en este no (ha)lugar que nunca acabas de abandonar, que siempre permanece, aunque sea como un eco lejano de una existencia cuyo ritmo quisieras atrapar.

Porque de eso  al fin y al cabo es de lo que trata la escritura, de atrapar aquello que se escapa en cada momento, de dejar constancia de lo que, de lo contrario, se olvidará para siempre. Uno escribe para no perder la memoria, o para construirla –porque en el fondo cuando recordamos construimos nuestro pasado–. Escribir para afirmar. Para constatar que uno sigue estando vivo, que uno aún respira, que uno aún puede escribir. Por eso seguirás escribiendo aquí, dando cuenta de los días, de las semanas y los meses. Compartiendo tus alegrías, tu nerviosismo, tu ilusión. Un año. Casi. Apenas nada. O mucho. Según se mire.



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