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Reset

–¿Oyes eso?
–¿El qué?
–Eso.
–No oigo nada.
–Presta atención.
–Nada.
–¿Seguro?
–Seguro.
–Un poco más.
–Nada. No oigo nada.
–¿Cómo que no?
–Nada.
–Es maravilloso.
–¿El qué?
–Esto.
–¿El qué?
–El silencio.

Los grillos, el movimiento de las ramas, el murmullo lejano de la gente en la calle, el ruido atenuado de los coches a lo lejos, la pisadas leves del vecino de la casa de abajo. El silencio de la vida. El sonido de la vida normal, moderna, rutinaria, el ruido de la normalidad. Sólo ahora lo aprecias. Una semana después de haberte mudado aún tenías en tu cabeza el estruendo insoportable de los hijos de puta de tus vecinos. Se ha quedado ahí como un eco cabrón. Aunque afortunadamente poco a poco se va desvaneciendo.

Te has tenido que mudar de casa por su culpa. No ha sido fácil encontrar algo a estas alturas, pero has tenido suerte y, después de buscar como un loco, has localizado un sitio que no está mal del todo. Humilde, nada pretencioso, pero tranquilo. Nadie te molesta caminando sobre tu cabeza porque estás en la última planta. Vecinos agradables. Ya os habéis emborrachado juntos y os seguís en Instagram. Por primera vez sientes que puedes trabajar a gusto en casa. Y sobre todo descansar, dormir, leer, ver la tele o mirar al techo con la mirada perdida. Esto es lo primero que escribes. Y sientes que el tiempo se frena. Ahora sí.

Ahora empieza todo. Otra vez. Reset.

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