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Diario de Ithaca 7 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 16/11/15.


Semana mágica e intensa. Apenas paro un momento entre evento y evento.  Visito el despacho de la universidad y recojo el correo de tres meses. Entro en la librería y compro las novedades de tres meses. Me encuentro con Marta y le doy el abrazo de tres meses.

El jueves comienza el seminario Contratiempos: gramáticas de la temporalidad en el arte reciente, que dirijo como miembro del colectivo 1er escalón. Es el tema de mi proyecto de investigación y supuestamente debería de estar encantado con poder asistir al fin. Pero confieso que el seminario me rompe. Me habría gustado tener el tiempo libre y saborear la estancia en Murcia en lugar de estar encerrado escuchando conferencias. Aun así, acabo disfrutando del debate, aunque mi cabeza está en otro lado.

Por la noche, cuando acuesto a los ponentes, salgo con Leo por los bares. Llevo tres meses esperando el momento. Revólver está lleno y la gente me saluda. Bizz’art está extrañamente vacío, pero los conozco a casi todos. El DJ baja a saludar. Pone la última de New Order. Leo y Jorge se van. Yo me quedo hasta el final. Están los chicos de La Mano Robada. Acabo en su casa.

Al día siguiente, como con Marta y nos contamos estos meses. Después, toda la tarde de seminario. Acabamos rápido y ceno con Raquel en el Via Apóstolo. Volvemos rápido a casa y nos tendemos en el sofá.

El sábado es completo. Por la mañana, de nuevo seminario. Gran conferencia de Eloy Fernández Porta sobre la muerte del cantante de Joy Division y el arte contemporáneo. Por la tarde es la presentación de Acontecimiento, la última novela de Javier Moreno. Leo, que iba a presentarla, se pone enfermo en el último momento y tengo que improvisar una presentación con lo que recordaba de haber leído el manuscrito. No sale mal. La novela da para reflexiones infinitas. Filosofía, capitalismo emocional, paternidad, tecnología… podríamos estar toda la noche. Acabamos tarde y cenamos en el Vives. Allí “nos echan de comer”. Quizá por eso salimos a cinco euros por persona después de habernos bebido media hectárea de cebada.

La noche se alarga y se llena de amigos. María Luisa dice que se me ve radiante. Imagino que debe ser el volver a estar entre amigos, rodeado de la energía de la gente. Me siento querido, apreciado, amado. Quizá sea eso en el fondo. Sí, seguro que es eso. Acabamos la noche en la Yesería. Tenía que visitarla antes de regresar a Ithaca. No me caben más gintonics en el cuerpo. Han renovado los aseos. Todo es nuevo y brillante. Todo es mágico y extraño.

El domingo comienza la nostalgia. No me quiero ir. No ahora. Tengo miedo de perder toda esa energía que he recuperado de golpe. Llamad a Ithaca y decidles que me quedo. Aunque también es cierto que esta semana no he podido hacer nada. Ha sido todo fiesta, celebración y reencuentro. Y necesito centrarme y trabajar. Y volver un momento a la soledad. Quizá la distancia me sirva para asimilar todo esto mejor. Todo, y no sólo la novela. También la amistad, el amor, gestionar las emociones. Verlo todo en perspectiva.

El martes salgo temprano. A las seis y media de la mañana ya estoy en el autobús. En Philadelphia por primera vez no me meten al cuarto de inmigración. Han debido de pillar al Narco que se llamaba como yo. Tras seis horas de espera, el vuelo a Ithaca comienza a retrasarse en los monitores. Mala señal, dice una mujer. A las diez de la noche, tras varios retrasos más, en efecto, el vuelo se cancela y yo me caigo de sueño. Me logran recolocar a la mañana siguiente y me dan un vale para pasar la noche en un motel. Llamo por teléfono y vienen a recogerme. El coche de recogida ya se cae por todos los lados. Cuando entro al hotel, la recepción invita a todo menos a la confianza. Pero yo estoy tan cansado que podría quedarme en el motel de psicosis.  


El escándalo se oye desde la escalera. En el pasillo infinito de camino a la habitación me cruzo con cuatro hombres y dos mujeres esposados y custodiados por dos policías con chaleco antibalas y la pistola en la mano. Me tengo que hacer a un lado para dejarlos pasar. El policía me mira con cara de pocos de amigos, como diciendo “aquí no hay nada que ver, prosiga”. Y yo prosigo, justo a la habitación de enfrente de donde habían salido los esposados. Cierro con todos los pestillos del mundo y me tiro sobre la cama. La maleta sigue en el avión y duermo en calzoncillos. Estoy tan cansado que no tengo ni miedo.

Llego a Ithaca después de treinta y seis horas de viaje.  Al bajar del autobús me encuentro a Maria. Nos hemos echado de menos. También aquí hay amigos. Justo antes de entrar en casa, me resbalo y me caigo por las escaleras. No ha sido nada, digo mientras me levanto y oculto el dolor en la espalda. El viaje no podía acabar de otra forma. Con un aterrizaje forzoso.

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