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Diario de Ithaca 24 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 23/03/16. Escuchar Podcast] 

La clase pasa más rápida de la cuenta. Comienzo a estar a gusto. Disfruto. Quizá sea porque mañana regreso a España unos días y sólo aprecio las cosas cuando empiezo a perderlas.   

Lleno las maletas de libros leídos y libros que sé que no voy a leer en los dos meses que me quedan. Como siempre, pensé que iba a poder hacer más de lo que realmente he hecho.

El viernes nos levantamos temprano y salimos para Nueva York en el coche alquilado. Ya conozco el camino casi de memoria. Lo he hecho más veces que el trayecto Murcia-Caravaca. Aunque me confundo al cruzar el Washington Bridge, llegamos al aeropuerto con tiempo para desesperarnos.

En el avión intento dormir pero no puedo. Leo de un tirón la novela La hora más corta, la novela que Francisco Díaz Klaassen me ha regalado. Sexo naturalizado, terreno, desublimado. El deseo se mezcla con la apatía y la falta de futuro, y todo parece estancado en una especie de presente incómodo que se resiste a moverse. Me gusta cómo escribe Francisco. Es una suerte haberlo conocido.

Después intento dormir otra vez y me molestan las luces del baño. Me pongo una servilleta sobre la cabeza y no me importa cómo me ven desde fuera.

Llegamos a Madrid antes de la cuenta. En el tren del aeropuerto todos tienen los ojos rojos. A la salida nos encontramos a Melendi con su guitarra y fantaseo con la idea de que haya viajado con nosotros. Ya tengo chiste para Facebook.

Tomamos el tren y ahí sí que dormimos del tirón casi las cuatro horas. Murcia me espera. Por la tarde ya estoy en el paraíso.

Al día siguiente, por la mañana, almuerzo con Leo y mis hermanos en el Yeguas. Cada vez me gustan más estas inmersiones en la huerta profunda. Continuamos el almuerzo al mediodía y nos acercamos al Luis de la Rosario a que nos insulte el camarero. Esa es la gracia del bar. Pero por alguna extraña razón el camarero es amable y me dice “hombre, cuánto tiempo, Michi. Cómo te va la vida”. Nos sirve rápido y es efectivo. Leo dice: la hemos fastidiado. Ya no volvemos más.

Acabamos tarde después de varias horas de peregrinaje. Para ser el primer día, no está mal.

El lunes lo paso escribiendo un texto sobre la influencia de Cervantes en mis novelas. Me invento una historia. Siento que ése es el tono en el que quiero escribir a partir de ahora. De nuevo, algo a medio camino entre la narrativa y la autobiografía.  

Martes comemos en casa de mi vecina Julia. Dice que pasó mucha hambre en la guerra y que hay que repelar los platos. Está leyendo mi novela. Una página al día porque no ve demasiado bien. El marcapáginas es una estampita de la Virgen de la Huerta. Me dice que por qué he hecho yo todas esas cosas. Le contesto que no son verdad. No sé si la convenzo.

Por la tarde entro a la librería y casi me arruino. En los dos meses que he estado fuera se han publicado libros que estoy deseando leer. Pron, Jerome Ferrari, Tavares, Menéndez Salmón, Cercas… Quisiera que se parara el tiempo para esconderme a leer.


Pierdo tres horas de mi vida en un consejo de departamento bochornoso. El retorno de lo real. Ítaca de mi vida, escribo en un tuit.

El miércoles por la mañana la fisio intenta arreglarme el dolor de brazo. Después, el barbero me recorta la barba y me llena la cara de lociones.

Me acerco a la exposición de Pablo Genovés en Verónicas. Escribí de las obras sin haberlas visto. Son potentes, hipnóticas. Me quedó allí casi una hora.

Después, comida con Alejandro. Hablamos de proyectos y libros de arte. Por la noche, cena con Leo y Juan Antonio. Hablamos de cine y de literatura. No todo va a ser beber.

Hoy quería estirar la noche hasta el amanecer. Pero a las dos el masaje del fisio comienza a pasarme factura y casi no puedo tenerme en pie. Entramos al Revólver y me siento mayor. En un espejo me veo las canas de la barba. Tengo sueño y me duele todo. Es hora de volver a casa. Dormir también es una fiesta.


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