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Diario de Ithaca 29 (Preferiría no hacerlo)


[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 09/05/16. Escuchar Podcast] 


Acabo la clase y salgo a toda prisa para tomar el autobús hacia Nueva York. Las cinco horas de viaje las paso escuchando podcasts de escritores españoles hablando en inglés. Me quedo fascinado con el acento británico de Javier Marías. Y soy consciente de que tengo que rendirme.

Llego a Port Authority antes de lo previsto y tomo un taxi que me deja junto a la casa que amablemente me ha prestado Keith. El portero me abre la puerta del apartamento y durante unos segundos pienso que hay algo extraño en la casa. Han cambiado la disposición del salón desde la última vez que estuve allí. También los muebles. Y no reconozco a nadie en las fotos. Le pregunto al portero si está seguro de que esa es la casa de Keith. Y él insiste en que sí. Intentando no cuestionarlo demasiado, le digo que quizá no es así y que si puede comprobarlo. Sólo entonces, tras unas llamadas, me dice que tengo razón. La casa de Keith está en el piso de arriba. Por un momento, pienso en cómo habría sido dormir en la cama de ese desconocido.

Dejo las cosas en el suelo y bajo rápidamente a encontrar a Leo, que llega esta noche desde España. Nos abrazamos frente a la entrada de Columbia y apenas le dejo tiempo para asearse un poco antes de salir a por cervezas. El club Renacimiento toma Manhattan. Desde la primera noche.

El viernes despertamos tarde y salimos a hacer tiempo hasta la presentación de la novela. Yo ya he normalizado Nueva York, pero cada vez que paseo junto a alguien, todo se vuelve de nuevo mágico y extraño. Comemos en un mexicano cerca de la librería donde será el evento. Unas micheladas y vamos entrando en calor. Después, un Old Fashioned para pulir los nervios.


Al llegar a McNally Jackson Books me dicen que el evento será compartido y que apenas tengo media hora para hablar. John Reed, el escritor que me presenta, ha preparado algunas preguntas que tiene que resumir. Y a mí entran los nervios y comienzo a aturullarme con el inglés. Cuando veo a Agatha Ruiz de la Prada sentada en la primera fila  –imagino que viene a ver a Ignacio, el otro escritor que también presenta– ya me desconcentro del todo y no sé si se entiende algo de lo que digo. Aun así, disfruto del momento. Presentar Escape Attempt en Manhattan es mucho más de lo que había soñado.

Después de la presentación, la librería acoge un evento del Pen Festival con escritores mexicanos. Es el mejor momento del día. Está Villoro, Enrigue, Luiselli y muchos más. Y también hay mariachis y tequilas. Nos hacemos fuertes junto a una de las botellas y encontramos allí a gente maravillosa: Rebeca, Andrea, Lydia, Brenda… Nada más que por eso ha merecido la pena llegar a Nueva York. Cuando se acaba el tequila nos unimos a la expedición mexicana y nos metemos entre pecho y espalda unos sándwiches de pastrami que no sé si alguien ha podido aún digerir del todo. Está también Zambra, de quien me enamoro rápidamente. Jamás había imaginado que era un tipo tan divertido. Pasamos la noche contando chistes hasta que yo me envalentono y cuento uno tras el cual se hace el silencio. Estamos comiendo pastrami y el chiste del baño con diarrea no parece el más apropiado. A veces no sé medir el humor de los demás.


Acabamos la noche en una mezcalería en la que preparan un mojito mezcal que atraviesa las sienes. Me tomo dos. Creo que no puedo estar más feliz. Se habla de micropenes. Alguien se da por aludido y se va antes de tiempo. La noche es bella. El club Renacimiento en Manhattan. 

Al día siguiente amanecemos con resaca y nos cuesta salir de casa. Damos una vuelta por Central Park y acabamos la tarde en el cabaret mexicano que organiza el Penn. El sitio es de nuevo de película. Y las performances no pueden ser más divertidas. Las reinas chulas acaban su espectáculo con una piñata con la cabeza de Donald Trump. Todos nos sentimos mexicanos. Cerramos la noche en un diner bebiendo mezcal en un vaso de plástico.


El domingo vamos a una garden party en una casa de Chelsea. Una de las patronas del Clark da una recepción y estamos invitados. Es la casa más lujosa que he visto en mi vida. Parece una película de Woody Allen. La alta sociedad de Nueva York; todos vestidos de traje. Y nosotros, de sport. Al menos Leo lleva americana. Yo voy con la chupa de cuero y la gorra. Debe ser la primera vez que alguien entra sin traje en esa casa. Noto que nos miran como si fuéramos las mascotas de la fiesta. Dos escritores españoles. En medio de un montón de ricos.

Tras la fiesta nos llevan a la exposición de Degas en el MoMA. Lo han cerrado para nosotros. El Clark es una de las instituciones que ha colaborado en la exposición y los comisarios nos hacen una visita guiada. Por un momento veo la escena desde fuera. Y no sé si llego a creérmela..

Mientras comemos una hamburguesa en P. J. Clarke's nos llega un mensaje de Elena. Está celebrando la pascua rusa en casa de unos exiliados y nos invita a unirnos a ellos. Cuando llegamos allí ya están todos borrachos y una señora mayor no cesa de preguntarnos que quiénes somos, quién nos ha invitado y qué hemos ido a hacer ahí. En la cocina dan un vino que parece petróleo y un americano comienza a cantar y tocar la guitarra. Dice que tiene una en español. “Huevos rancheros”. Intentamos salir de allí pero cada vez que hacemos el ademán comienza con otra. La señora mayor vuelve a preguntarnos, esta vez en ruso. Decidimos escapar haciendo como que salimos a saludar. 

El fin de semana da para varias entradas del diario. Mientras bajamos las escaleras del apartamento de los rusos, pienso en que por mucho que intente ser fiel a la realidad esta vez voy a fracasar. La experiencia de estos días está más allá de lo que pueda ser escrito y narrado. 

Vivir Nueva York al límite. Disfrutar de momentos que jamás habríamos imaginado vivir.  



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