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Diario de Ithaca 30 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 23/05/16. Escuchar Podcast] 

Antes de regresar de Nueva York a Ithaca, tengo que grabar con John Reed la conversación sobre Intento de escapada que no pudimos tener en McNally. Su despacho en la New School está no está lejos de la casa de Casa de Carrie Bradshow en Perry Street. Sexo en Nueva York sigue configurando nuestra mente.

Cuando acaba la conversación, alquilamos un coche y volvemos a casa para recoger las maletas. Pongo la ruta en el GPS y cruzamos Manhattan de punta a punta. En un momento me doy cuenta de que estamos pasando exactamente por donde habíamos pasado la noche anterior camino de la casa de los rusos. Le digo a Leo que me parece curioso: lo grande que es Nueva York y que todo nos suene. Al pasar junto a la casa de los rusos, el GPS dice que hemos llegado a nuestro destino. Entonces caigo en la cuenta: he pulsado por equivocación la dirección de la noche anterior y hemos cruzado Manhattan sin sentido. Al menos hemos hecho turismo.

Tras varios despistes, logramos salir de Nueva York y llegamos a Ithaca pasada la media noche. He perdido la cuenta de las veces que he regresado a este lugar.

El martes devolvemos el coche y buscamos un bar en el que pongan al día siguiente el partido del Madrid. Mientras negociamos con el camarero, lidiamos también con un plato de nachos con queso que colmaría a tres familias.

El miércoles es el último seminario de Society. Al final creo que voy a echarlos de menos. Han sido intensos pero productivos. En pocos lugares he sentido que el conocimiento importaba con esa pasión.


Acabo rápido la comida y bajo al downtown, donde Leo me espera posicionado en la barra del Ithaca Ale House. Ha conseguido que pongan el partido. Entre pintas de cerveza vemos el triunfo del Madrid. Lo celebramos con Aaron jugando al billar en el Chanticleer. Después vamos a tomar un cóctel a Argos. Y acabamos comienzo una pizza en el Domino’s para intentar que empape el alcohol y podamos regresar a casa. Yo aún tengo que preparar la clase, pero al llegar a la habitación caigo rendido. Me levanto a las cinco para terminar de leerme los textos del día siguiente. Apenas me entero de nada.

El jueves, penúltima clase. Sale relativamente bien. Al final también voy a echar de menos estos momentos.


Por la tarde, presentación de Escape Attempt en Buffalo Street Books. Me emociono al llegar y ver los libros en la estantería. Y también al ver en el público a mis amigos de Ithaca. Ricardo se ha preparado la presentación a conciencia y en la conversación me siento cómodo y percibo que todo fluye. Estoy en una nube. Esa sensación continúa después, cuando todos cenamos en una gran mesa en el Reed y tomamos varios cócteles en Argos. Allí, en la escalera, les digo que los voy a echar de menos y nos hacemos una foto. La noche llega hasta el Westy’s, hasta que lo cierran y el sueño continúa.


El viernes nos levantamos con resaca. Es el diálogo de Leo con Francisco en la Society. Yo estoy espeso en la presentación. Decido que hablen ellos, que parecen despejados y saben bien lo que dicen.

Sin solución de continuidad, pasamos a las cervezas a un dólar del Big Red Barn. Hoy estamos entre latinos y podemos hablar en español. Allí me quedo mirando a una chica y le digo que su cara me suena de algo. Atamos cabos. La vi la semana pasada en Nueva York y también en la conferencia que impartí en el Master de Escritura de NYU. Es Camila, la escritora chilena joven y alocada.

Tras tomar una hamburguesa para bajar las cervezas y aguantar un concierto extraño en el Lot 10, nos encontramos con ella y su amiga Irene en el Westy’s. La noche acaba en su casa, entre tequilas y cervezas. Nos duele el estómago de tanto reír. Se nos pega el acento chileno. Nadie ha culiado esta noche, conchesumadre hueón, cachai.

El sábado apenas podemos movernos. Paseo tranquilo, cena en el Mia y último bourbon antes de volver a casa. La experiencia del Club Renacimiento en Ithaca está tocando a su fin. El domingo conduzco hasta Newark para llevar a Leo al aeropuerto. De camino, paramos en el diner de Lisle y tenemos allí experiencia más auténtica de todo el viaje. El bar parece sacado de una película. El casting no podía ser más logrado. Y nosotros nos convertimos en personajes de una historia americana que no quisiéramos que se acabara. Dos amigos en Nueva York.


Regreso a Ithaca solo. Me queda aquí apenas una semana y media. Y ya todo sabe a pasado.



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